El joven pintor Rafael Alberti recibió hace ahora 100 años el Premio Nacional del Poesía por Marinero en tierra. Sus inicios en el arte de vanguardia se desplazaron entonces de la pintura a la poesía. Con la intención de llevarlo a la imprenta, fue a recoger en el Ministerio uno de los ejemplares mecanografiados que había enviado al concurso. Encontró entonces una papeleta con el voto de Antonio Machado: “Mar y tierra, Rafael Alberti, es a mi juicio el mejor libro de poemas presentado al concurso”. Ese voto afirmó para siempre la fraternidad poética entre un maestro y un joven autor que buscaba su propio mundo. Aunque fuese un mago de las formas, ese mundo tuvo siempre que ver con un contenido de búsqueda profunda, una indagación en la condición humana condenada con mucha frecuencia al exilio y el desarraigo. Por eso, antes de publicar el libro, cambió el título de manera significativa. En vez de Mar y tierra, se decidió por Marinero en tierra.
Gracias a la generosidad de la familia de Rafael, me refiero a su hija Aitana y su sobrina Teresa, la Caja de las Letras del Instituto Cervantes guarda entre sus legados los pasaportes con los que María Teresa León y Alberti volvieron a España en 1977, después de 38 años de exilio. Pueden verse ahora en la sala de exposiciones del Instituto, junto a otros recuerdos de nuestra cultura. Me emociona ver documentos oficiales y manuscritos, fotografías y libros, tan llenos de vida. La cultura es la mayor riqueza de una sociedad, la herencia que nos define y da sentido a nuestra convivencia.
Esa conciencia de lo perdido y de la fragilidad de los sueños le ayudó a definirse en la búsqueda, a representar un estilo de estar ante los estilos, entre la tradición y la vanguardia, entre Góngora y Quevedo, entre Machado y Juan Ramón Jiménez, sin caer en las banderías estéticas negadoras de la diversidad. Fue una lección. Y otra lección fue negarse, incluso en su momento de compromiso político más ardiente, a someterse para siempre al mandato de unas consignas. Nunca renunció a la belleza y a la búsqueda de emociones por encima de los panfletos.
Cuando Rafael dejó Argentina para acercarse a Europa en los años 60, supo que lo que dejaba en América formaría parte de él, como había sido parte de su presente la España perdida bajo una dictadura. Y cuando dejó Roma en 1977, junto a María Teresa, con los pasaportes que hoy se muestran en el Instituto Cervantes, supo que Roma formaba ya parte de él. También supo que no podía aspirar a vivir dentro de la España que había dejado 38 años antes. Las realidades cambian con la historia. Por eso dio una lección más. Abrió los ojos a la España más joven, a la amistad con poetas que había empezado a escribir a finales de los años 70.
Tuve la suerte de vivir una amistad muy estrecha con Rafael. Tuve la suerte de sentir a su hija Aitana y a su sobrina Teresa como parte de mi familia. Y ahora tengo la suerte de entenderme con la vida gracias a lo que me enseñan en sus libros los poetas más jóvenes, palabras que me ayudan a entender el mundo de hoy. La mejor herencia de Alberti tiene muy poco que ver con los derechos de autor. Se trata de una memoria que nos compromete con el futuro. Bendito marinero en tierra.
Luis García Montero
Infolibre, 29 de junio de 2024
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