Fue pintora, ilustradora, novelista, guionista y caricaturista política. Criticó abiertamente a personajes como Hitler y Stalin. En 2024 Glenn Close protagonizará una de sus novelas. Tres de sus cuatro libros editados en castellano forman parte de nuestro catálogo.
La pequeña Tove se crio en un ambiente liberal, creativo, y desde niña demostró sus inclinaciones artísticas. “Quiero ser una cosa salvaje, no una artista”, escribió en uno de sus diarios. Los barrios de Helsinki, Katajanokka Töölö, y el archipiélago costero Pellinge [compuesto por numerosas islas e islotes] influyeron en su vida y en sus obras.
Entre la ficción y la memoria, Tove publicó en 1968 La hija del escultor, que se editó en estos días en castellano con traducción (del sueco) a cargo del escritor Christian Kupchik [fallecido en septiembre de este año]. En estas páginas uno descubre ese vivir bohemio, un regresar a la infancia con la mirada de una adulta, pero también con la sorpresa e imaginación de una niña impulsada por el arte, el miedo, la naturaleza, los peligros, la nieve, las tormentas, el mundo exterior e interior.
El estudio está lleno de esculturas, grandes y blancas mujeres que siempre han estado allí –describe Tove en La hija del escultor–. Están paradas por todas partes, los movimientos de sus brazos son inciertos y tímidos, y miran más allá de uno porque se muestran desinteresadas y tristes, aunque de una manera totalmente diferente a la de los ángeles.
Fue en brazos de su madre, Ham, como la llamaban [originaria de Suecia, una de las ilustradoras más talentosas de Finlandia, una mujer cuyas obras adornaron libros, revistas y sellos en todos los países nórdicos], que Tove aprendió a dibujar.
Mi madre tiene el pelo abundante y oscuro, te envuelve como una nube. Huele muy bien, es como el cabello de las reinas tristes del libro (…) Su perfil es afable y serio –describe en la novela recién editada en el país–. Allí va ahora regando la vida sin que nadie se dé cuenta lo bella y triste que está.
En la biografía autorizada Life, Art, Words, de Boel Westin, la académica sueca cuenta que la madre de Tove –si bien apoyaba la devoción artística de su marido–, renunció a sus sueños y se centró en proporcionar a la familia un ingreso estable. Esta división de roles impactó en las vivencias de Tove, por lo que abrazó la libertad y destacó el preponderante lugar de las mujeres.
Papá ama a todos los animales porque no lo contradicen. Y, si bien los ama a todos, tiene predilección por los que son peludos. Y ellos también lo aman, porque saben que pueden hacer exactamente lo que quieren –traduce Kupchik en La hija del escultor–. Con las señoras, en cambio, es un asunto por completo diferente. Si hace esculturas de ellas, se convierten en mujeres, pero mientras sigan humanas la cuestión es difícil. Ni siquiera pueden modelar correctamente y hablan mucho, demasiado. Mamá, por supuesto, no es una señora y nunca lo ha sido.
Es la misma Westin que señala que durante la mayor parte de su vida, Tove Jansson consideró que la pintura y el dibujo eran su principal vocación. Fue pintora, ilustradora, novelista, historietista, guionista y caricaturista política en diarios y revistas. Hasta fines de octubre pasado se exhibió Houses of Tove Jansson, la primera exposición retrospectiva dedicada a la autora y pintora en París, ciudad que tuvo influencia en su producción artística [la Escuela de París de la década de 1930, la marcó como estudiante].
Veinticinco años tenía cuando estalló la guerra, en esos tiempos fue la principal caricaturista en la revista satírica Garm, donde tomó una clara postura contra el fascismo. Criticó abiertamente a personajes como Hitler y Stalin. Una de las caricaturas que hizo del alemán fue muy popular, lo que generó que sus trabajos fueran censurados. Sin embargo, Tove no se dejó intimidar, al contrario, según sus palabras le resultaba divertido ser “porcina con Hitler y Stalin”.
Su talento y dedicación la llevaron a ilustrar clásicos de la literatura universal. Uno de sus encargos más importantes fue la realización de los dibujos de La caza del Snark, de Lewis Carroll, en 1958. Dos años más tarde le pidieron que hiciera las ilustraciones para la nueva traducción al sueco de El Hobbit, de J. R. R. Tolkien. Otro de sus clásicos intervenidos fue Alicia en el país de las maravillas (1965). El sello de Tove no solo quedó en aquellas páginas, en sus cuadros, también en las calles, en diferentes murales en la ciudad de Helsinki.
En la Argentina, el nombre de Tove Jansson tomó relevancia de la mano del sello independiente Compañía Naviera Ilimitada que publicó en castellano las novelas El libro del verano [que tendrá su adaptación cinematográfica el próximo año con Glenn Close como protagonista y dirección de Chalie McDowell], La verdad increíble, Juego limpio y ahora y La hija del escultor [Jansson hablaba y escribía en sueco, minoría lingüística en su país]. “La naturaleza, en sus escritos juega un rol esencial –acotó Kupchik, traductor de su obra en la Argentina en una nota publicada en la agencia Télam–, tan protagónico como las vicisitudes de los humanos, sino más”.
La primera vez que papá me mostró su fuego fue en invierno – narra en La hija del escultor–. Cruzó a través del hielo y mi madre lo seguía arrastrándome en un trineo. Era el mismo cielo rojo y las mismas figuras sombrías corriendo; algo terrible había sucedido (...) Me pregunto por qué los incendios siempre ocurren por la noche. Tal vez a papá no le importa cuando las llamas se elevan durante el día porque entonces el cielo no se cubre de rojo.
La Segunda Guerra Mundial tuvo un gran impacto en su vida, fue en esos años que escribió e ilustró el primer libro de los Moomin. Buscaba crear un mundo alejado de la crueldad humana. De color blanco, estos simpáticos y amigables trolls de apariencia similar a la de los hipopótamos se convirtieron en todo un fenómeno en la Commonwealth [sus tiras, de gran éxito, se empezaron a publicar en los años cincuenta en el periódico Evening News] y Jansson pasó a ser la autora finlandesa más leída fuera de su tierra. A través de estos personajes redondeados, hablaba de ecología, del peligro de las armas nucleares y del miedo a lo diferente.
El estudio está lleno de esculturas, grandes y blancas mujeres que siempre han estado allí –describe Tove en La hija del escultor–. Están paradas por todas partes, los movimientos de sus brazos son inciertos y tímidos, y miran más allá de uno porque se muestran desinteresadas y tristes, aunque de una manera totalmente diferente a la de los ángeles.
Fue en brazos de su madre, Ham, como la llamaban [originaria de Suecia, una de las ilustradoras más talentosas de Finlandia, una mujer cuyas obras adornaron libros, revistas y sellos en todos los países nórdicos], que Tove aprendió a dibujar.
Mi madre tiene el pelo abundante y oscuro, te envuelve como una nube. Huele muy bien, es como el cabello de las reinas tristes del libro (…) Su perfil es afable y serio –describe en la novela recién editada en el país–. Allí va ahora regando la vida sin que nadie se dé cuenta lo bella y triste que está.
En la biografía autorizada Life, Art, Words, de Boel Westin, la académica sueca cuenta que la madre de Tove –si bien apoyaba la devoción artística de su marido–, renunció a sus sueños y se centró en proporcionar a la familia un ingreso estable. Esta división de roles impactó en las vivencias de Tove, por lo que abrazó la libertad y destacó el preponderante lugar de las mujeres.
Papá ama a todos los animales porque no lo contradicen. Y, si bien los ama a todos, tiene predilección por los que son peludos. Y ellos también lo aman, porque saben que pueden hacer exactamente lo que quieren –traduce Kupchik en La hija del escultor–. Con las señoras, en cambio, es un asunto por completo diferente. Si hace esculturas de ellas, se convierten en mujeres, pero mientras sigan humanas la cuestión es difícil. Ni siquiera pueden modelar correctamente y hablan mucho, demasiado. Mamá, por supuesto, no es una señora y nunca lo ha sido.
Es la misma Westin que señala que durante la mayor parte de su vida, Tove Jansson consideró que la pintura y el dibujo eran su principal vocación. Fue pintora, ilustradora, novelista, historietista, guionista y caricaturista política en diarios y revistas. Hasta fines de octubre pasado se exhibió Houses of Tove Jansson, la primera exposición retrospectiva dedicada a la autora y pintora en París, ciudad que tuvo influencia en su producción artística [la Escuela de París de la década de 1930, la marcó como estudiante].
Veinticinco años tenía cuando estalló la guerra, en esos tiempos fue la principal caricaturista en la revista satírica Garm, donde tomó una clara postura contra el fascismo. Criticó abiertamente a personajes como Hitler y Stalin. Una de las caricaturas que hizo del alemán fue muy popular, lo que generó que sus trabajos fueran censurados. Sin embargo, Tove no se dejó intimidar, al contrario, según sus palabras le resultaba divertido ser “porcina con Hitler y Stalin”.
Su talento y dedicación la llevaron a ilustrar clásicos de la literatura universal. Uno de sus encargos más importantes fue la realización de los dibujos de La caza del Snark, de Lewis Carroll, en 1958. Dos años más tarde le pidieron que hiciera las ilustraciones para la nueva traducción al sueco de El Hobbit, de J. R. R. Tolkien. Otro de sus clásicos intervenidos fue Alicia en el país de las maravillas (1965). El sello de Tove no solo quedó en aquellas páginas, en sus cuadros, también en las calles, en diferentes murales en la ciudad de Helsinki.
En la Argentina, el nombre de Tove Jansson tomó relevancia de la mano del sello independiente Compañía Naviera Ilimitada que publicó en castellano las novelas El libro del verano [que tendrá su adaptación cinematográfica el próximo año con Glenn Close como protagonista y dirección de Chalie McDowell], La verdad increíble, Juego limpio y ahora y La hija del escultor [Jansson hablaba y escribía en sueco, minoría lingüística en su país]. “La naturaleza, en sus escritos juega un rol esencial –acotó Kupchik, traductor de su obra en la Argentina en una nota publicada en la agencia Télam–, tan protagónico como las vicisitudes de los humanos, sino más”.
La primera vez que papá me mostró su fuego fue en invierno – narra en La hija del escultor–. Cruzó a través del hielo y mi madre lo seguía arrastrándome en un trineo. Era el mismo cielo rojo y las mismas figuras sombrías corriendo; algo terrible había sucedido (...) Me pregunto por qué los incendios siempre ocurren por la noche. Tal vez a papá no le importa cuando las llamas se elevan durante el día porque entonces el cielo no se cubre de rojo.
La Segunda Guerra Mundial tuvo un gran impacto en su vida, fue en esos años que escribió e ilustró el primer libro de los Moomin. Buscaba crear un mundo alejado de la crueldad humana. De color blanco, estos simpáticos y amigables trolls de apariencia similar a la de los hipopótamos se convirtieron en todo un fenómeno en la Commonwealth [sus tiras, de gran éxito, se empezaron a publicar en los años cincuenta en el periódico Evening News] y Jansson pasó a ser la autora finlandesa más leída fuera de su tierra. A través de estos personajes redondeados, hablaba de ecología, del peligro de las armas nucleares y del miedo a lo diferente.
De gran impacto internacional los Moomin gozan hoy de una popularidad enorme que incluye un parque temático en Finlandia y otro en Japón; y diferentes adaptaciones, entre las que se destacan el animé japonés producido por Zuiyo Enterprise (1969-1970) y la más conocida Moomin (1990-1992), producción japonesa, holandesa y finesa, que supervisó Lars, el hermano de Tove. [Disney quiso, en varias oportunidades y sin suerte, ser dueño de los personajes]
Cuando en 1966 obtuvo el Premio Hans Christian Andersen –considerado el “Nobel infantil”–, en su discurso, Jansson definió su mirada y su forma de trabajo: “En un libro infantil, siempre debe quedar algo no aclarado, algo sin ilustración. Hay que permitir y propiciar que el niño reflexione solo, que distinga por sí mismo entre lo real y lo irreal. El autor no es un guía; debe brindar un sendero, sí, pero dejar que el niño marche solo por él y que establezca las fronteras con su conocimiento propio de las cosas”.
La publicación de sus cartas ayudó a develar los momentos claves de su vida, uno de ellos se produce después la guerra, cuando –como bien se indica en uno de los textos que acompaña la muestra parisina– encontró una “habitación propia” en su búsqueda de identidad y libertad. En el centro de Helsinki, armó su taller donde vivió y trabajó hasta el final de su vida. “El hogar y el estudio eran uno”, escribe Westin en su biografía.
Es magnífico aquí, ¿no estás de acuerdo? Una sala torre, alta como una iglesia, de casi ocho metros cuadrados, con seis ventanas en arco y encima de ellas algunas rectangulares como cejas, cerca del techo –le escribió Tove a la fotógrafa Eva Konikoff, en 1944–. Montones de mortero y grietas aquí y allá, porque todavía no está completamente reparado después del bombardeo, y en medio de todos los escombros, un caballete.
En septiembre de 2020 se presentó en el Festival de Cine de Toronto, Tove, la biopic cinematográfica dirigida por Zaida Bergroth. La película muestra a una Jansson –interpretada por la actriz Alma Pöysti– en su momento de reconocimiento, de búsquedas y de relaciones intensas, como la que mantuvo con el filósofo y político Atos Wirtanen y la directora de teatro Vivica Bandler, que se convirtió en su primera amante mujer.
Extendió sus enormes brazos, de modo tal que el vestido estrecho se le pegara al cuerpo –cuenta Jansson en La hija del escultor–. Se río con ganas, partió algunas ramas y las flores llovieron sobre su rostro.
–Ya basta, detente–susurré. Estaba tan enloquecida de pánico y éxtasis, que casi me hice encima (…) En el verano, Anna olía diferente: a hierbas, incluso a algo más cálido.
El film que está ambientado en la Helsinki de posguerra, durante una etapa que puede considerarse determinante en la vida de Tove Jansson, culmina en los años que conoce a la artista gráfica Tuulikki Pietilä, con la que convivió hasta su muerte. Tove nunca ocultó su relación con Pietilä –en Finlandia la homosexualidad no se despenalizó hasta 1971–, sin embargo, no pudo hablar con su madre sobre su sexualidad. En la exhaustiva biografía que en 2013 publicó Tuula Karjalainen [Tee työtä ja rakasta, algo así como Trabaja y ama] subraya el dolor que le produjo esta situación: Puedo aceptar que esto es correcto y más elegante. Pero me siento sola, escribió.
En Juego limpio, Tove ofrece textos breves, autobiográficos y encadenados, en los que cuenta momentos de la vida compartida junto a Tuulikki y lo hace en las voces de Mari, una escritora, y Jonna, una artista. Discuten, sobre arte, sobre sus padres. Se critican el trabajo, a veces con amabilidad, otras con dureza. Hay veces en que una cierta falta de consideración –dice uno de los personajes–, una dosis de sana crueldad, parece ser lo único correcto.
Cuando en 1966 obtuvo el Premio Hans Christian Andersen –considerado el “Nobel infantil”–, en su discurso, Jansson definió su mirada y su forma de trabajo: “En un libro infantil, siempre debe quedar algo no aclarado, algo sin ilustración. Hay que permitir y propiciar que el niño reflexione solo, que distinga por sí mismo entre lo real y lo irreal. El autor no es un guía; debe brindar un sendero, sí, pero dejar que el niño marche solo por él y que establezca las fronteras con su conocimiento propio de las cosas”.
La publicación de sus cartas ayudó a develar los momentos claves de su vida, uno de ellos se produce después la guerra, cuando –como bien se indica en uno de los textos que acompaña la muestra parisina– encontró una “habitación propia” en su búsqueda de identidad y libertad. En el centro de Helsinki, armó su taller donde vivió y trabajó hasta el final de su vida. “El hogar y el estudio eran uno”, escribe Westin en su biografía.
Es magnífico aquí, ¿no estás de acuerdo? Una sala torre, alta como una iglesia, de casi ocho metros cuadrados, con seis ventanas en arco y encima de ellas algunas rectangulares como cejas, cerca del techo –le escribió Tove a la fotógrafa Eva Konikoff, en 1944–. Montones de mortero y grietas aquí y allá, porque todavía no está completamente reparado después del bombardeo, y en medio de todos los escombros, un caballete.
En septiembre de 2020 se presentó en el Festival de Cine de Toronto, Tove, la biopic cinematográfica dirigida por Zaida Bergroth. La película muestra a una Jansson –interpretada por la actriz Alma Pöysti– en su momento de reconocimiento, de búsquedas y de relaciones intensas, como la que mantuvo con el filósofo y político Atos Wirtanen y la directora de teatro Vivica Bandler, que se convirtió en su primera amante mujer.
Extendió sus enormes brazos, de modo tal que el vestido estrecho se le pegara al cuerpo –cuenta Jansson en La hija del escultor–. Se río con ganas, partió algunas ramas y las flores llovieron sobre su rostro.
–Ya basta, detente–susurré. Estaba tan enloquecida de pánico y éxtasis, que casi me hice encima (…) En el verano, Anna olía diferente: a hierbas, incluso a algo más cálido.
El film que está ambientado en la Helsinki de posguerra, durante una etapa que puede considerarse determinante en la vida de Tove Jansson, culmina en los años que conoce a la artista gráfica Tuulikki Pietilä, con la que convivió hasta su muerte. Tove nunca ocultó su relación con Pietilä –en Finlandia la homosexualidad no se despenalizó hasta 1971–, sin embargo, no pudo hablar con su madre sobre su sexualidad. En la exhaustiva biografía que en 2013 publicó Tuula Karjalainen [Tee työtä ja rakasta, algo así como Trabaja y ama] subraya el dolor que le produjo esta situación: Puedo aceptar que esto es correcto y más elegante. Pero me siento sola, escribió.
En Juego limpio, Tove ofrece textos breves, autobiográficos y encadenados, en los que cuenta momentos de la vida compartida junto a Tuulikki y lo hace en las voces de Mari, una escritora, y Jonna, una artista. Discuten, sobre arte, sobre sus padres. Se critican el trabajo, a veces con amabilidad, otras con dureza. Hay veces en que una cierta falta de consideración –dice uno de los personajes–, una dosis de sana crueldad, parece ser lo único correcto.
Las islas, los archipiélagos y el mar en la vida y obra de Tove Jansson ocupan un lugar fundamental. Desde sus primeros años, con su familia disfrutó de aquél paisaje. Con Pietilä construyó su propia casa en una isla llamada Klovharun, que se convirtió en su refugio sagrado.
Y el verano pasado sucedió algo imperdonable: comencé a tenerle miedo al mar. Las olas gigantes ya no significaban aventura, sino miedo, miedo y preocupación (...) Sabíamos que era hora de regalar la cabaña, escribió a los 80 años en un texto que ilustró Tuulikki.
Dicen que durante el último viaje en barco que la separaba de la isla, nunca miró hacia atrás. En junio de 2001, Tove falleció y su rostro sonriente, enmarcado por una corona de flores, se convirtió en la “estampita” de esta gran artista.
Fabiana Scherer
La Nación, 3 de diciembre de 2023
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