Sin mirar a su mujer, Bandini dejó la carta y comenzó a comerse la uña de un pulgar, ya encolerizado. Se tiró del labio inferior con los dedos. La rabia empezó a concentrarse a cierta de distancia de él. María la sentía brotar de los rincones de la estancia, de las paredes y el suelo, un husmo que se arremolinaba con independencia absoluta y que nada tenía que ver con ella. Se arregló la blusa para no pensar en aquello. Dijo con voz desmayada:
—Svevo…
Éste se incorporó, le hizo una mamola, esbozó una sonrisa de malignidad para decirle que aquella exhibición de afecto no era sincera y salió de la estancia.
—¡Ay, María! -canturreó con voz exenta de melodía, pues sólo el odio le podía arrancar de la garganta una canción de amor—. ¡Ay, María! ¡Ay, María! Quanto sonna perdato per te! Fa me doime! Fa me dor me! ¡María, oh, María! ¡Cuánto sueño perdido por tu causa! ¡Déjame dormir, oh María!
No había forma de que callara. Escuchó las delgadas suelas del calzado del marido que chacoloteaban contra el suelo como gotas de agua que cayesen sobre una estufa. Oyó el rumor de su abrigo remendado y zurcido mientras se lo ponía. Después unos segundos de silencio, hasta que oyó la rascadura de una cerilla, y supo que Svevo había encendido un puro. La violencia de Svevo era superior a sus fuerzas. Si se entrometía, Svevo podía sentir la tentación de derribarla de un golpe. Contuvo el aliento cuando los pasos del marido se acercaron a la puerta principal: había un paño de vidrio en aquella puerta principal. Pero no: la cerró con normalidad y se alejó. Momentos después se reuniría con su buen amigo Rocco Saccone, el cantero, el único ser humano al que ella despreciaba de verdad. Rocco Saccone, el amigo de infancia de Svevo Bandini, el soltero chupawhisky que había tratado de impedir el matrimonio de Bandini; Rocco Saccone, que llevaba siempre pantalones blancos de franela y se jactaba de un modo que daba asco de las casadas norteamericanas que seducía los sábados por la noche en los bailes antiguos que se celebraban en el Odd Fellows Hall. En Svevo confiaba. Empinaría el codo hasta que el encéfalo le flotase en un océano de whisky, pero no le sería infiel. Lo sabía. ¿Lo sería ella, no obstante? Con sobresalto reprimido se dejó caer en la silla que había junto a la mesa y se echó a llorar con la cara oculta entre las manos.
Éste se incorporó, le hizo una mamola, esbozó una sonrisa de malignidad para decirle que aquella exhibición de afecto no era sincera y salió de la estancia.
—¡Ay, María! -canturreó con voz exenta de melodía, pues sólo el odio le podía arrancar de la garganta una canción de amor—. ¡Ay, María! ¡Ay, María! Quanto sonna perdato per te! Fa me doime! Fa me dor me! ¡María, oh, María! ¡Cuánto sueño perdido por tu causa! ¡Déjame dormir, oh María!
No había forma de que callara. Escuchó las delgadas suelas del calzado del marido que chacoloteaban contra el suelo como gotas de agua que cayesen sobre una estufa. Oyó el rumor de su abrigo remendado y zurcido mientras se lo ponía. Después unos segundos de silencio, hasta que oyó la rascadura de una cerilla, y supo que Svevo había encendido un puro. La violencia de Svevo era superior a sus fuerzas. Si se entrometía, Svevo podía sentir la tentación de derribarla de un golpe. Contuvo el aliento cuando los pasos del marido se acercaron a la puerta principal: había un paño de vidrio en aquella puerta principal. Pero no: la cerró con normalidad y se alejó. Momentos después se reuniría con su buen amigo Rocco Saccone, el cantero, el único ser humano al que ella despreciaba de verdad. Rocco Saccone, el amigo de infancia de Svevo Bandini, el soltero chupawhisky que había tratado de impedir el matrimonio de Bandini; Rocco Saccone, que llevaba siempre pantalones blancos de franela y se jactaba de un modo que daba asco de las casadas norteamericanas que seducía los sábados por la noche en los bailes antiguos que se celebraban en el Odd Fellows Hall. En Svevo confiaba. Empinaría el codo hasta que el encéfalo le flotase en un océano de whisky, pero no le sería infiel. Lo sabía. ¿Lo sería ella, no obstante? Con sobresalto reprimido se dejó caer en la silla que había junto a la mesa y se echó a llorar con la cara oculta entre las manos.
John Fante
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