La Academia Sueca concede el máximo galardón literario a uno de los grandes exponentes de la autoficción europea, autora de una obra situada entre la narrativa y la sociología, el feminismo y el compromiso social.
La escritora francesa Annie Ernaux (Lillebonne, Francia, 82 años) ha ganado este jueves el Premio Nobel de Literatura, dotado con 10 millones de coronas suecas (más de 920.000 euros). “Para mí representa algo inmenso en nombre de aquellos de quien provengo, en primer lugar. Alguna vez dije que quería vengar a mi raza. Cuando lo dije no sabía muy bien cómo hacerlo. Pero sucedió con las palabras y con los libros”, declaró ante un enjambre de cámaras y micrófonos en un elegante salón de la sede de Gallimard en París, su editorial desde que en 1972 envió —ella, la hija de la clase obrera que iniciaba así su ascenso hasta la consagración en el panteón literario universal— su primer libro, Los armarios vacíos, y hasta el último, Le jeune homme, publicado hace pocos meses en Francia. Ernaux añadió: “Recibir el Nobel es, para mí, una responsabilidad para continuar”.
El galardón le fue concedido “por la valentía y la precisión clínica con la que desvela las raíces, los extrañamientos y las trabas colectivas a la memoria personal”, según argumentó el comité del premio. Esa justificación parece salida de la boca de la propia Ernaux, que cree que la literatura debe funcionar “como un cuchillo”. La autora escribe con el bisturí en la mano, siempre dispuesta a tocar el hueso, a llegar “hasta el fondo de una determinada verdad”.
El resultado ha sido una obra minuciosamente elaborada a lo largo de las últimas cinco décadas y situada a medio camino entre la narrativa y las ciencias humanas, donde la historia y la sociología cuentan tanto como el recuerdo individual. Ernaux está convencida de que es imposible disociar ambas cosas. Se dirá que este es el primer Nobel que premia la autoficción, un subgénero que ella ha alimentado más que nadie, aunque la escritora reniegue de esa etiqueta y de todo lo que la encierre en su mera biografía. En realidad, su supuesta literatura del yo ha adoptado, a menudo, otros pronombres: tú, él, ella, nosotros, el impersonal on que tanto abunda en francés.
Para Ernaux, la primera persona es un contenedor vacío que utiliza para recoger una experiencia ampliamente compartida. “El yo es solo un lugar y no la expresión de una persona”, afirmaba en una entrevista con El País en 2019 en su domicilio de Cergy-Pontoise, a unos 40 kilómetros de París, una de esas villes nouvelles que Pompidou levantó de la nada para aliviar la concentración urbana en la capital. Un sitio sin historia, peculiar elección para una escritora obsesionada por la memoria, en el que Ernaux vive sola, en una casita con jardín decorada al estilo british y situada en una zona residencial un tanto aislada. “Sé que parece una contradicción, pero esta urbe sin pasado era el único lugar donde me sentía bien. Las ciudades históricas me recuerdan a una larga tradición de exclusión social. Aquí podía vivir sin sentirme sometida a ese determinismo”, explica Ernaux, siempre marcada por las tesis del sociólogo Pierre Bourdieu.
La noción de traición social respecto a sus orígenes humildes, de lo que ella define como un transfuguismo de clase, atraviesa la trayectoria de esta hija de modestos tenderos de un pueblo de Normandía, que vendían patatas para que ella “pudiera sentarse en un anfiteatro universitario para escuchar hablar de Platón”, como dejó escrito en Una mujer. Ernaux se sitúa en la extrema izquierda, ha apoyado al líder antiliberal Jean-Luc Mélenchon y el combate de los chalecos amarillos. En 2019, cuando invadieron las rotondas francesas, no condenó su violencia. Quienes no eran capaces de entenderla, dijo Ernaux, era porque “nunca han sentido la necesidad de destrozarlo todo, nunca han experimentado ese sentimiento de injusticia”. Los paisajes de Ernaux —las ciudades residenciales del extrarradio lejano de París, los trenes de cercanías que llevan a los trabajadores precarios a la gran ciudad, las superficies comerciales impersonales, los pequeños pueblos en declive de su región natal— son los paisajes de la Francia de los desfavorecidos, la Francia periférica, como la llama el geógrafo Christophe Guilluy. En su país, la escritora ha creado escuela, con autores de generaciones posteriores como Emmanuel Carrère, Nicolas Mathieu o Édouard Louis reconociéndose como discípulos suyos.
Ernaux temía este momento, según confesó en junio al diario belga Le Soir. La autora de Los años se imaginaba que, de recibir el Nobel, se sentiría triste. “Me sentiría atrapada entre el deseo de decir no, no lo quiero, como Jean-Paul Sartre, y otro de poder decir cosas como hizo Albert Camus”. Y se preguntaba: “¿Qué sentido tendría recibir el Nobel de Literatura? Hay una parte de azar, también. Si mira la lista de los Nobel, hay muchos escritores que no han dejado una obra imperecedera. Lo que obtiene el laureado de un premio Nobel es a la vez mucho dinero y también una forma de intocabilidad. Todo esto me parece malsano. He llegado a un punto en que temo de nuevo el mes de octubre. ¡Espero que sea tranquilo el de este año, y todos los siguientes!”.
El presidente de la República, Emmanuel Macron, celebró el galardón con un mensaje en Twitter: “Annie Ernaux escribe, desde hace 50 años, la novela de la memoria colectiva e íntima de nuestro país. Su voz es la de la libertad de las mujeres y de los olvidados del siglo. Se une, con esta consagración, al gran círculo del Nobel de nuestra literatura francesa”. A la pregunta, en la rueda de prensa, sobre si Macron, a quien ha criticado con dureza en el pasado, le había felicitado, respondió entre las risas de los periodistas: “He apagado todos los teléfonos”. La escritora, que compareció ante la prensa junto al editor Antoine Gallimard, explicó que se había enterado del premio escuchando la radio en su cocina en su casa de Cergy. “Estaba sola. ¿Quieren saber cómo iba vestida?”, bromeó. “No se lo diré”. Pronto llegaron los periodistas; ella tomó un taxi en dirección a Gallimard.
El premio puede interpretarse como un reconocimiento de la vitalidad de las letras francesas —en los últimos 15 años tres franceses lo han recibido: además de Ernaux, Patrick Modiano y J. M. G. Le Clézio—, pero también de una autora que se reivindica del feminismo y del movimiento Me Too. “Otro aspecto de mi trabajo es hablar desde mi condición de mujer”, reflexionó ante la prensa. “Para mí sigue siendo una cuestión: no me parece que nosotras, mujeres, nos hayamos vuelto iguales en libertades, en poder. De una manera general sigue existiendo esta dominación que toma formas más ligeras, o más pesadas. Escribir es también este lugar”.
El Nobel consagra definitivamente a una autora que, hasta hace solo un par de décadas, era prácticamente una paria de las letras francesas, como ella misma admitía. Su reflejo literario de la experiencia femenina provocó que se la arrinconara como una escritora menor y un tanto sensacionalista, por no rehuir aspectos como su aborto clandestino en los sesenta (tanto en la citada Los armarios vacíos, como en El acontecimiento, adaptada al cine en 2021), la muerte de su padre (El lugar), la enfermedad de su madre (No he salido de mi noche), el cáncer que Ernaux padeció (El uso de la foto), la mediocridad de la vida familiar (La vergüenza, La mujer helada) o la lujuria reencontrada en la madurez (Pura pasión). También mezclar los viajes en tren suburbano y las visitas al hipermercado (Mira las luces, amor mío) con los grandes asuntos como la diferencia de clases, las reivindicaciones feministas y la memoria histórica en la interfaz de una escritura “llana”, desprovista de todo ornamento, que Ernaux parece considerar una obscenidad.
“He tenido enemigos de los que me siento orgullosa. Venían de la derecha, pero también de la izquierda caviar. Ahora ya no se atreven, pero durante mucho tiempo me masacraron”, decía en 2019. Todo cambió con la publicación de Los años (2008), gran fresco sobre los cambios en la sociedad francesa, de la posguerra al nuevo milenio, que muchos consideran su obra maestra. En España, sus libros llegaron de forma errática, hasta que empezaron a ser recuperados en la década pasada por Cabaret Voltaire, sello inmerso en la recuperación de toda su obra, y de cuatro volúmenes editados por Tusquets: El lugar, Pura pasión, La vergüenza y El acontecimiento.
Ernaux ha tenido una relación ambivalente con esta nueva fama, que la cogió algo mayor —“ya no soy una mujer joven; no hay día que no me levante con dolores en algún lugar del cuerpo”, asegura—, pese a que suela atender con amabilidad a las demandas de los periodistas. “Vivía mejor cuando era menos conocida. Sentía una tranquilidad y una libertad que he perdido”, confesaba hace unos años, a riesgo de que la trataran de “desagradecida”. Cuando le concedieron el Premio Formentor en 2019, Ernaux se hizo una pregunta: “¿Por qué yo?”. Y luego argumentó: “La verdad es que no creo merecérmelo. Mi discurso [en la ceremonia del Formentor] hablará del sentimiento de indignidad que siento al recibir un premio. No doy saltos de alegría. Siento más estupefacción que regocijo”.
Con todo, Ernaux no para: además de su último libro, el relato breve Le jeune homme, ha codirigido con su hijo Les années Super-8, documental montado a partir de los vídeos domésticos de sus vacaciones en los setenta y ochenta que fue presentado en el último festival de Cannes y se estrenará en España en enero. Este Nobel contribuirá a legitimar una escuela literaria desdeñada durante décadas. “El campo literario sigue dominado por los hombres y su ideología. Un escritor de verdad sigue siendo un hombre. Una mujer que escribe es, como mucho, una novelista”, ironizaba Ernaux en 2019. Desde hoy, tal vez sea un poco menos cierto.
Ernaux es la decimoséptima mujer que se alza con la máxima distinción literaria internacional y la quinta en los últimos 10 años. Aunque el idioma más premiado es el inglés, Francia es el país en el que más veces ha recaído el galardón: lleva 15, incluyendo a Jean-Paul Sartre, que no lo aceptó en 1964. El último antes de Ernaux fue Patrick Modiano, que lo recibió en 2014. De los 118 galardones entregados desde la creación del premio en 1901, en 95 ocasiones lo han recibido autores europeos o norteamericanos. La brecha de género también ha sido notable: el Nobel de Literatura ha distinguido a 102 hombres y 16 mujeres, dos de ellas premiadas en los últimos años (en 2018, Olga Tokarczuk y, en 2020, Louise Glück).
Álex Vicente y Marc Bassets
Diario El País
Madrid, 6 de octubre de 2022
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