Por Emmanuel Carrère
(Anagrama, Buenos Aires, 2021, 325 páginas)
En la película Dobles Vidas (2018), de Oliver Assayas, uno de los personajes es escritor de autoficción, o sea de aquella narración en la que el autor es el protagonista.
Yoga es un ejemplo virtuoso de esta corriente y del narrador Emmanuel Carrère, que recientemente obtuvo del prestigioso premio “Princesa de Asturias”.
Comienza la novela con el ingreso del Carrère a un Instituto, el Vipassana, que se especializa en la práctica del yoga centrado en la meditación, porque a través de ella “lo más importante es no hacer nada más que observar”. Este proceso de aprendizaje está colmado de múltiples observaciones muy conceptuales y enriquecedoras. Es decir, no se trata de una autobiografía, sino de una inmersión en la interioridad del escritor y en las observaciones y recuerdos que le afluyen a la conciencia. En sí el texto se dispara en todas direcciones, y manifiesta que “El yoga dice que somos otra cosa que nuestro pequeño yo confuso, fragmentado, temeroso, y que podemos acceder a esa otra cosa”. El autor es profundo y agudo, sus reflexiones requieren un esfuerzo por parte del lector.
La cultura de Carrère es tan amplia que no solo cita escritores y músicos (populares y académicos), sino a historietas como Tintín, de Hergé, Asombra su sabiduría sobre la cultura oriental, sobre todo la de la India y de China. Además, se sumerge en amplificaciones y digresiones (es imposible no recordar las célebres “misceláneas” de Macedonio Fernández) demostrando un profundo conocimiento de la condición humana.
Las ideas que le provoca la meditación lo llevan a plasmar frases bellísimas: “Conozco otras maneras de estar bien, afortunadamente. Dentro del sexo de la mujer que amo, y mis ojos en sus ojos (…) Pero la experiencia de la meditación, cuando es buena, es una manera no condicionada de estar bien. Estás bien porque estás ahí. (…) No hacer algo: solamente vivir.”
Como Carrère sufre de intensos trastornos bipolares, sobre todo en su faz depresiva, necesitó internarse durante cuatro meses en el hospital Sainte-Anne. Estas páginas poseen una intensidad desgarradora: “Le expliqué extensamente que la vida me había conducido a un callejón sin salida del que ya no saldría y que el único modo de escapar era el suicidio.”
Las últimas páginas están dedicadas a las atrocidades que se cometen en Medio Oriente contra los refugiados, sobre todo con los niños. Las anécdotas que relata Carré son insoportablemente trágicas. La que refiere el viaje de Atiq, que huye de la región, señala cómo trasladan a los refugiados en condiciones inhumanas y con una crueldad que es propia de un filme de terror (“…nadie puede ayudar a nadie, sálvese quien pueda”.) Finalmente, Atiq recala en Leros (Grecia) en donde en esa época residía Carré, que se ha hecho amigo de Erica, una mujer espléndida, aunque sufre de una inmensa soledad.
Afirma el autor acerca de “este libro que lee usted: archivo sobre el Vipassana y el yoga, archivo sobre mi depresión e ingreso en el hospital Sainte-Anne, archivo sobre mi estancia en Leros.” Pese a tanta desdicha Emmanuel Carrére al final sostiene rotundamente: ”…este día soy plenamente feliz por esta vivo”.
Impecable y maravillosa la traducción del francés de Jaime Zulaika.
Emmanuel Carrére (Paris, 1957) ocupa un lugar importante en la literatura con solo algunos textos anteriores al que aquí se comenta: El adversario, Una novela rusa, De vidas ajenas (considerado el mejor libro del año por el periodismo cultural francés), Limónov (que obtuvo tres premios importantes), El Reino (mejor libro del año según la revista Lire). Escribió, además, reportajes periodísticos, guiones de películas y una biografía de Philip K. Dick (Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos). Se han rescatado tres novelas de sus inicios literarios: Bravura, El bigote y Una semana en la nieve (Premio Femina).
Germán Cáceres
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