No es fácil organizar los pensamientos en medio del bombardeo, pero haremos el intento porque si la Humanidad ha progresado en algo, ha sido gracias a los hombres y mujeres que hicieron el intento y, después de muchos fracasos, triunfaron. Esperemos triunfar también nosotros, al menos en el intento de comprender la tragedia de haber perdido tantos y tantos congéneres.
Los amantes, René Magritte (1928) |
Las personas somos seres triunfantes en nuestra derrota, paradojales, míseros y maravillosos. Esto, tal vez, explique por qué hemos construido un mundo en el que más de la mitad de la población es pobre, pero una estación espacial orbita alrededor de nuestro planeta quince veces y media por día investigando el Universo.
Seguir adelante cuando todo parece derrumbarse a nuestro alrededor, eso lo llevamos en la sangre. Y es lo que estamos haciendo, seguimos adelante mientras a nuestro alrededor mueren miles de personas, derrotados por un organismo invisible, un virus desconocido que, tal cual nos lo narrara incontables veces la literatura de ficción, ataca a la Humanidad y amenaza con destruirla.
Como es sabido, nos resistimos al cambio y pretendemos, aun negando el peligro, continuar con nuestras rutinas, aunque se nos vaya la vida en ello. Pero estamos de duelo, en el mundo y en la Argentina, donde a un año y medio de la declaración oficial de la pandemia, ya han muerto cien mil compatriotas.
Negación, ira, negociación, depresión y aceptación, esas son las etapas del duelo que tendremos que sobrellevar. Ya no esperamos que todo vuelva a la normalidad, porque sabemos que nuestro mundo no volverá a ser el mismo. En el mejor de los casos, seremos sobrevivientes y, con un poco de suerte, resurgiremos de nuestras cenizas a un mundo nuevo y desconocido.
El simpático tapaboca
De un día para el otro nuestro mundo conocido cambió. Las manera de contactarnos, de buscar empatía, fueron restringidas o canceladas. No más estrecharse las manos. Ni besos, ni abrazos. No más andar por el planeta a cara descubierta, no más sonreír a los desconocidos, ni sentir la brisa en las mejillas.
Ahora somos personas que llevan alcohol en gel en la cartera y usan sofisticados barbijos. Dejaremos para otro momento analizar el difícil problema de la convivencia obligada entre el tapabocas y las gafas, porque no deja de ser un tema menor ante la evidencia de que ya no está bien “dar la cara” ante ninguna situación social, ni discutir “face to face”.
Ya no nos enfrentaremos a cara descubierta, ni iremos de frente con los problemas. Eso sí, se puede seguir mintiendo, pero no desembozadamente. Es para pensarlo: en la historia de la Humanidad y de la Literatura, los enmascarados han sido villanos o héroes, pero nunca gente común y corriente que va a su trabajo, usa el transporte público y hace las compras en el supermercado.
Estamos planteándonos la identidad. Porque si no tenemos rostro: ¿cómo nos identificamos, cómo nos diferenciamos, cómo nos comunicamos y quiénes somos?
Se habla de algo sin rostro para referirse a algo inhumano, y su encubrimiento parcial o total es la intención de ocultar quién se es. Nuestro rostro es la más evidente de las expresiones de lo que somos, aunque algo mancillado por la virtualidad, sigue siendo nuestro carnet de identidad, la forma en la que nos presentamos ante el mundo y, por el momento, está oculto detrás de un tapaboca que da señales inequívocas de que ha venido para quedarse.
Las vacunas
Ahora somos personas que llevan alcohol en gel en la cartera y usan sofisticados barbijos. Dejaremos para otro momento analizar el difícil problema de la convivencia obligada entre el tapabocas y las gafas, porque no deja de ser un tema menor ante la evidencia de que ya no está bien “dar la cara” ante ninguna situación social, ni discutir “face to face”.
Ya no nos enfrentaremos a cara descubierta, ni iremos de frente con los problemas. Eso sí, se puede seguir mintiendo, pero no desembozadamente. Es para pensarlo: en la historia de la Humanidad y de la Literatura, los enmascarados han sido villanos o héroes, pero nunca gente común y corriente que va a su trabajo, usa el transporte público y hace las compras en el supermercado.
Estamos planteándonos la identidad. Porque si no tenemos rostro: ¿cómo nos identificamos, cómo nos diferenciamos, cómo nos comunicamos y quiénes somos?
Se habla de algo sin rostro para referirse a algo inhumano, y su encubrimiento parcial o total es la intención de ocultar quién se es. Nuestro rostro es la más evidente de las expresiones de lo que somos, aunque algo mancillado por la virtualidad, sigue siendo nuestro carnet de identidad, la forma en la que nos presentamos ante el mundo y, por el momento, está oculto detrás de un tapaboca que da señales inequívocas de que ha venido para quedarse.
Las vacunas
Una, o dos, o tres dosis. Bebible o inyectable. Toda la esperanza de la Humanidad está puesta en las vacunas. Lo sabemos por experiencia, hubo un tiempo en que las vacunas lograron erradicar ciertas enfermedades virales. Podrían lograrlo otra vez.
Hoy, los laboratorios que fabrican las vacunas están en el centro del debate. Y los gobiernos que las compran también. En esa negociación se nos va la vida. ¿Veremos, los sobrevivientes, en los próximos años cómo el poder cambia de mano?
Norma Arana
Norma Arana
15-07-2021
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