Mis nietos de invierno
por Paula Winkler
(Vinciguerra, Buenos Aires, 2020, 136 páginas)
Pero en la narración no solo se viaja, sino que surge un rico abanico temático que medita sobre los meandros inasibles de la conciencia humana.
Su pensamiento es original y polémico al comparar nuestro mundo subdesarrollado con aquel que ha alcanzado al parecer su máximo esplendor. Así, es muy crítica del diseño arbitrario e irregular de la ciudad de Buenos Aires, pero cuestiona los mitos que alimentamos los argentinos sobre las bondades de los extranjeros. Afirma que nuestro desconocimiento más que por la ignorancia pasa por la ingenuidad: “…me han hecho creer que los escandinavos se suicidan mientras los argentinos saboreamos el tradicional asado…”
Más allá que Winkler es cuestionadora, jamás abandona el tono humorístico y juguetón –también irónico– que campea en su ágil escritura.
Hay en el libro perlas sueltas que aparecen inesperadamente para embellecer sus inteligentes comentarios. Así, mientras ella y su esposo Raúl visitan Copenhaghe, evoca su lograda y emotiva poesía «El hombre triste».
Winkler prueba ser una ávida lectora y se encuentran numerosas citas culturales –varias de origen alemán como la familia de la que ella proviene y que le permitió comprobar cómo padecieron sus parientes la condición de migrantes–. Es factible que se tenga que acudir no pocas veces al diccionario para identificar sus numerosas referencias. También se citan películas, sobre todo de Ingmar Bergman.
Constantemente reflexiona sobre todo lo que observa y, a la vez, acerca del matrimonio y de sí misma, que anhela combinar la realidad con su imaginación (“hay musas que no portan reloj y la mía se aparecía en cualquier parte…”). Un análisis especial le da al comportamiento de su hija Carla María, que luego de emigrar a Estados Unidos, fracasando en sus objetivos, próximamente elegirá Suecia como residencia. E intenta dar una imagen profunda de su propio perfil sosteniendo con cierto escepticismo: “Todas las historias personales se inician con los grandes sueños de la infancia, que se defienden a capa y espada en la juventud primera y terminan derruidos en la mediocre madurez que los aplasta sin piedad después”.
El capítulo dedicado al palacio de Amelienborg ofrece una minuciosa descripción. También pasea por el Tívoli, un parque de diversiones que le trae recuerdos del desaparecido Italpark.
Luego se dirige a Suecia, país que tiene el don de perturbarla a partir de su idioma. Y pontifica: “Su único enemigo, el clima; su aliado el deber-ser como forma de vida en una suerte de devoción repetida…”. Y lo cuestiona políticamente: “La idea de un Estado benefactor que aseguraba los servicios esenciales a la vieja usanza liberal, aunque a costa de un sujeto planificado…” Y afirma que Estocolmo es una ciudad aburrida. Aunque no omite mencionar la pobreza que abunda en la Argentina.
Y, finalmente, no podía faltar la nota trágica con la muerte de un ser querido. Un final circular para una novela apasionante.
Paula Winkler (Buenos Aires) es escritora. Figuran en su producción las novelas El marido americano, Fantasmas en la balanza de la Justicia y La avenida del poder, el libro de poesía Los Muros y los Cuentos perversos y poemas desesperados. Se destacó, además, en Derecho, siendo nombrada Jurista Notable por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, y es Magister en Ciencias de la Educación.
Germán Cáceres
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