Su amor a la tierra y la lengua gallega definen su estilo existencial, marcan su actitud vital y literaria.
El surrealista Tristán Tzara dijo alguna vez que la poesía es una actividad del espíritu. Esta afirmación se cumple cabalmente en la vida y la obra del juglar gallego Antón Avilés de Taramancos. Llegó a este mundo el 6 de abril de 1935 en Noia, con el nombre de Xosé Antón Avilés Vinagre. Fue el mayor de cuatro hermanos: Guillermo, Xosé Manuel y Alfonso.
Su padre Severiano Avilés Outes era marinero y navegó por los mares del mundo desde siempre. Su madre, doña Manuela Vinagre Fuentes, más conocida como Lela de Pastora, dedicaba su tiempo a los trabajos de labranza y al cuidado de sus hijos, y su abuela, Pepa de Pastora, fue el sostén de la trama familiar. Con ella, Antón recorrió los caminos de Galicia y aprendió a amar su tierra y a conocer las costumbres del pueblo.
Su amor a la tierra y la lengua gallega definen su estilo existencial, marcan su a actitud vital y literaria. El arraigo a la tierra gallega y a su gente surge en Antón de modo espontáneo y luego las lecturas y vivencias irán forjando al ilustre galleguista que fue. En 1980, en una entrevista realizada por Margarita Ledo, le dice Antón Avilés a Nosa Terra: “Yo nací galleguista quizás por mi origen de labradores y marineros. Para mí, mi postura de rebelde era algo natural, no me hizo falta una idea teórica o intelectual, la mía era y es una idea de hombre criado de pie sobre la tierra”.
En otra entrevista le cuenta a Xan Carballa: “Comencé escribiendo en gallego porque tenía un problema que no podía resolver en castellano, hablaba de mi contorno aldeano y los nombres de los pájaros, de los árboles y de las cosas no los sabía en castellano, sino en gallego. No era todavía yo consciente del significado de las ideas nacionalistas o de la defensa de nuestra lengua. El idioma era una herramienta de trabajo y yo no podía utilizar otra porque no sabía siquiera cómo se decía jilguero o fresno”.
Acudió a la escuela de Boa hasta los 12 años, durante la cruenta postguerra civil española, período de padecimientos para el pueblo ibérico, época de miserias materiales y morales, de persecución y censura al libre pensamiento.
Su vocación literaria se despertó tempranamente, a los quince años: en el número 1 de la revista Tapal, de Noia, su tierra natal, Antón Avilés da a conocer su primer poema en gallego.
Manuel Fabeiro Gómez, “Manolé”, poeta e investigador afincado en Noia y enamorado de Galicia, guió sus primeros pasos literarios y le hizo conocer los libros del gran Castelao. El joven Antón leyó con avidez ese material poético, sensitivo y audaz.
Antón continúo con su creación poética y el 14 de marzo de 1952, en el certamen literario convocado con motivo del centenario del Circo de Recreación de Noia, recibió una mención honorífica por dos poemas dedicados a figuras de la memoria histórica de la comarca.
Los personajes elegidos por nuestro poeta eran Luis Cadarso Rey, capitán de navío, muerto en la batalla de Cavite, en las islas Filipinas durante 1898, y Antón de Noia, grumete de la nao Trinidad que acompañó en 1521 a Hernando de Magallanes en su primera vuelta al mundo. A estas dos figuras dedica el poeta de Taramancos versos que ya insinúan su particular estilo. Antón Avilés frecuentaba junto a sus amigos las tascas donde tomó contacto con veteranos del arte y de la vida.
Antón poseía una amplia formación humanística, en literatura y en historia, esto queda patente al leer sus escritos. Tenía un profundo conocimiento de los autores gallegos como Castelao, Rosalía de Castro, Pondal, Manuel Antonio, Pimentel y otros, pero también la vivencia directa, el contacto con la tierra, con el mar lo que motiva y despierta al poeta.
A lo largo de su vida, conservará esta actitud abierta, receptiva para con los libros de toda especie, pero sobre todo valorando el intercambio de experiencias humanas, su etapa de bohemia coruñesa y su exilio en Colombia así lo muestran.
Como dice uno de sus biógrafos, Xosé Agrelo Hermo, esa parece ser la fórmula, la confraternidad con los viejos y nuevos amigos, las lecturas y el contacto con el mar, y la tierra.
Finalizados sus estudios de escuela secundaria, Antón parte hacia La Coruña, el deseo de su padre era que estudiara náutica, pero Antón se sentía más atraído por la poesía.
A poco de llegar, Avilés pasa a formar parte del mundo intelectual coruñés de los años 50. En la Tasca de Enrique se juntaban escritores como Mariano Tudela, González Garcés y Álvarez Tornero, pintores como Xosé Luís y Villar Chao.
Pero había algo que distinguía a Antón del resto de los contertulios, su monolingüismo y su granítico galleguismo, compartía esas inquietudes intelectuales e ideológicas con el escritor Cosan Casal y el pintor Raimundo Patiño. Junto a ellos y a Henrique Iglesias y Eduardo Martínez hicieron el llamado “El Juramento de Laracha”.
La Taberna de Paspán era el lugar de cita de los creadores. Algunos de sus contactos coruñeses le permitieron a Avilés Taramancos sortear la férrea censura del franquismo y tiempo más tarde, salvar su vida cuando debió partir al exilio hacia América, más precisamente hacia Colombia.
En 1961 llega Antón a Colombia, donde residirá por casi una veintena de años, realizando los más diversos oficios desde expedicionario casual del Amazonas con su amigo Miguel de la Quadra Salcedo, pasando por animador cultural y hasta mayordomo de la Embajada de Brasil en Bogotá.
Antón distribuía libros, trabajó para la editorial Cruz del Sur, más tarde se trasladó a la ciudad de Cali donde montó una librería que al poco tiempo de su apertura y por años se transformó en un centro cultural. Músicos, pintores, cantantes y bailarines famosos en todo el mundo transitaron por allí.
En 1963, Antón escribe la primera parte de los Poemas de ausencia, dedicados a su hermano Guillermo. Esos versos tienen un hondo sentimiento de morriña por su tierra, un profundo sentimiento telúrico. La segunda parte la dedica a Urbano Lugrís, y en estos versos se observa la influencia que sobre Avilés ejercieron Walt Whitman, Pablo Neruda y Saint- John Perse.
En 1978, poco antes del retorno a Galicia, Antón prepara el poemario Nova crónica de Ulises que terminaría en 1980, ya establecido en su Noia natal.
El reencuentro de Antón de Taramancos con su amada tierruca es un renacer, o como dice Felipe Aldana, un segundo nacimiento.
Antón no sólo se reencuentra con su gente y su paisaje, sino que la experiencia del exilio ha ampliado su mirada, ha expandido su sensibilidad y ha profundizado su conciencia de hombre de pie sobre la tierra.
El retorno significa volver a empezar pero siguiendo la huella, continuar escribiendo y abrir una tasca para que fuera un espacio de expresión poética, musical y de difusión de la cultura popular.
Los años de su nueva residencia gallega son pródigos en actividad creadora y hasta el final, aun cuando una cruel enfermedad hizo presa de su cuerpo, continuó escribiendo y difundiendo cultura.
El reencuentro de Antón Avilés de Taramancos con Galicia implicó su activa participación en la vida social, cultural y política, comprometiéndose con su tierra y su gente, pues el galleguismo era su segunda piel.
Una piel que portó con dignidad y que como el aire, el viento y el agua salada de los mares que impregnó su existencia desde niño lo acompañó hasta su última morada en La Coruña en 1992.
El hombre partió a confundirse con el cosmos a ser tierra en su tierra, pero sus versos quedaron, su estampa recia brota de sus libros. Su poesía nos hace vibrar hoy día, aquí a mucha distancia en kilómetros, pero muy cerca de Antón, junto a la Galicia libre que soñó y que todos anhelamos.
Carlos A. Solero
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