“… no siempre sentimos la necesidad de esa otra vida.”
Nina Berbérova
Nos sentamos en una antigua mesa de madera frente a la ventana. Una luz gris ilumina el ambiente. Rebota sobre el piso de parquet, cuadros, libros, el aire denso y cálido por la calefacción. Afuera un árbol deshojado cubre el cielo y algunos edificios a medio construir. Mi abuela está ladeada. Su sonrisa es infantil. Mientras charlamos escuchamos bossa nova. Ella recuerda su infancia en Brasil, su último casamiento, a su padre. Cuando se emociona le cuesta hablar y sus ojos se llenan de lágrimas. Pero se olvida de todo tan pronto lo dice. Sus sentimientos viajan como una montaña rusa a lo largo de su vida. De repente quiere bailar y enseguida, riendo o con un gesto melancólico, me dice que está estrolada. “No es fácil, querido”, y yo le hago burla y la repito al unísono, a cada momento, imitando su acento portugués. “No es fácil llegar a viejo” le digo gritando y riendo. O repito “estrolada” alargando la “s” y acentuando la “a”. Nos reímos juntos. A veces le digo que tenemos que irnos a la costa. Y ella que quiere ver el mar. En noviembre, cuando vuelva el calor. No es fácil querido, repite, no es fácil.
Cada tanto silencia, queda con la cabeza inclinada y la mirada perdida unos segundos. Otras veces me pide que escriba una novela de su vida. No me niego ni afirmo. No quiero hacerlo. Nadie puede estar interesado en la vida de mi abuela. Una mujer feliz, intensa, llena de luchas y recompensas. O capaz yo no estoy interesado en escribirla y ese es el verdadero motivo. Pero me emocionó también con ella cuando la cuenta y me dan ganas de llorar. No lo hago. Contengo las lágrimas un rato y enseguida estoy bailando. Ahora es mi turno le digo y elijo un tango. Casi siempre es Muchacho interpretado por Adriana Varela. O dejo que suene de fondo Piazzola. Otoño porteño… me hace acordar a mi viejo y empezamos a hablar de él. De su infancia, Diagonal Norte, los locales Suaya, mi abuelo, mi vieja. A veces está mi tío con nosotros. Sonríe igual que ella. Me dice que mi viejo era un calavera, un tipo del centro. Todos ellos son personajes de la literatura porteña. Siempre lo viví así.
Cuando no estoy en su casa mi abuela siente saudades. Yo en cambio, cuando estoy con ella, siento nostalgia. Sé que se va a morir más pronto que tarde. Como mi viejo o mi otro abuelo. Como yo. Nostalgia presente, así lo llamo en mi fuero interno. No está mal que así sea. Bien pensado no es tan grave. Digo, la muerte. No me perturba. No siempre por lo menos. Mientras pasan las horas en ese cuarto, mis ideas viajan en esa dirección. Medito sobre esas vidas centenarias, sobre su memoria selectiva. Qué es el tiempo realmente. O qué es el amor. O qué vale la pena y que no… ese tipo de estupideces.
Cuando me canso voy a caminar por la ciudad. Paso horas observando las mismas calles. Los locales vacíos, los carteles de venta en las fachadas de los edificios. Antes de salir saludo a mi abuela con el codo. Ella ya está acostada y supongo va a seguir así hasta que regrese. “Ala macom”, dice desde la cama y me pide que vuelva al día siguiente. Si, abuela, mañana vengo a cenar, y al cruzar la puerta, vuelvo a mi otra vida, a la que no tiene horas. Al desvelo, a los poemas inconclusos, al futuro incierto. Pronto estaré ahí de nuevo, pienso, en lo de Dulce, y no tendré la menor necesidad de escribir.
Julián Ferreira
Ilustración original de Andrés Muller
De Julián Ferreira, alumno del Taller Literario de Carlos Penelas, publicamos Azul y otros poemas.
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