Roque Presentado, de 67 años, construyó con chapas, maderas viejas y pedazos de cartón una "Biblioteca Popular" abierta para las más de 100 familias que viven en la zona rural de Ministro Rivadavia, localidad del Partido de Almirante Brown.
"La única información que tenemos es lo que llega de la tele, pero los libros son otra clase de información", cuenta Roque Presentado, de 67 años, que a un costado de su casa, construyó con chapas, maderas viejas y pedazos de cartón una "Biblioteca Popular" que está abierta para las más de 100 familias que viven en la zona rural de Ministro Rivadavia, una localidad del Partido de Almirante Brown.
El abandono y el olvido cruzan la vida de quienes allí viven. Todos tienen pequeñas huertas y, los que pueden protegerlos, algunos animales que cuidan como oro ya que es común que los roben para alimento. Sin cloacas y con pocos servicios, a 30 kilómetros de la Casa Rosada, en medio de basurales a cielo abierto viejos caminos virreinales sin mantenimiento, en un rancho improvisado, "en tierras de nadie y desprotegidos", Roque ofrece resistencia: "Un libro es muy poderoso", sentencia.
"Sé que hacer una biblioteca acá, no es lo correcto, pero todos tenemos derecho a leer un libro", afirma. La desigualdad es un denominador común. El puñado de ranchos de chapa y madera abarca una porción de tierra en "donde no está del todo claro quiénes son los dueños, pareciera ser una zona gris", confirma Juan Pablo Gómez, miembro de "Vecinos por la Protección del Patrimonio de Ministro Rivadavia", que trabajan por buscar la conservación y el rescate de la historia del pueblo que en un artículo de La Nación de 1945, ya lo nombraba como "casi ignorado y en el olvido". Actualmente tiene 16.000 habitantes.
"Hay muchos analfabetos, y por no saber leer les quitan las tierras", afirma Roque. En un terreno aledaño a la biblioteca, tiene un invernadero donde siembra acelga, tomates y lechuga que vende en un puesto en el pueblo, y son su principal alimento. Tiene siete hijos y esposa. Su terreno tiene 60 hectáreas, unos ranchitos se ven a lo lejos. Algunos hermanos viven con él. "Le presté una parcela a una familia para pueda sembrar y vivir", confiesa. A los niños les enseña dos cosas: la importancia de los libros y de trabajar la tierra. "Saber que podés producir tu propio alimento, pero también preguntarte, qué somos, hacia dónde vamos", dice.
La improvisada biblioteca es la cáscara de un sueño. Con lo que ha conseguido la equipó. Le dieron una computadora pero no el teclado, un par de sillas y una mesa. Precarias estanterías sostienen libros de filosofía, botánica, historia, de texto y ficción. Un cuadro de Salvador Dalí cuelga al lado de la entrada. Alumnos de la escuela del pueblo le pintaron las paredes. "Leer es leer el mundo", se ve en la pared. "Es de una chica francesa que me visitó", cuenta.
Roque es un referente. Antes de la pandemia, los sábados una maestra traía a sus alumnos para pasar el día aquí. "Leíamos y les mostraba cómo de una semilla nace una planta, y esa planta es alimento", recuerda. "Si nosotros no devolvemos lo que aprendimos estamos en la nada", reflexiona.
El abandono y el olvido cruzan la vida de quienes allí viven. Todos tienen pequeñas huertas y, los que pueden protegerlos, algunos animales que cuidan como oro ya que es común que los roben para alimento. Sin cloacas y con pocos servicios, a 30 kilómetros de la Casa Rosada, en medio de basurales a cielo abierto viejos caminos virreinales sin mantenimiento, en un rancho improvisado, "en tierras de nadie y desprotegidos", Roque ofrece resistencia: "Un libro es muy poderoso", sentencia.
"Sé que hacer una biblioteca acá, no es lo correcto, pero todos tenemos derecho a leer un libro", afirma. La desigualdad es un denominador común. El puñado de ranchos de chapa y madera abarca una porción de tierra en "donde no está del todo claro quiénes son los dueños, pareciera ser una zona gris", confirma Juan Pablo Gómez, miembro de "Vecinos por la Protección del Patrimonio de Ministro Rivadavia", que trabajan por buscar la conservación y el rescate de la historia del pueblo que en un artículo de La Nación de 1945, ya lo nombraba como "casi ignorado y en el olvido". Actualmente tiene 16.000 habitantes.
"Hay muchos analfabetos, y por no saber leer les quitan las tierras", afirma Roque. En un terreno aledaño a la biblioteca, tiene un invernadero donde siembra acelga, tomates y lechuga que vende en un puesto en el pueblo, y son su principal alimento. Tiene siete hijos y esposa. Su terreno tiene 60 hectáreas, unos ranchitos se ven a lo lejos. Algunos hermanos viven con él. "Le presté una parcela a una familia para pueda sembrar y vivir", confiesa. A los niños les enseña dos cosas: la importancia de los libros y de trabajar la tierra. "Saber que podés producir tu propio alimento, pero también preguntarte, qué somos, hacia dónde vamos", dice.
La improvisada biblioteca es la cáscara de un sueño. Con lo que ha conseguido la equipó. Le dieron una computadora pero no el teclado, un par de sillas y una mesa. Precarias estanterías sostienen libros de filosofía, botánica, historia, de texto y ficción. Un cuadro de Salvador Dalí cuelga al lado de la entrada. Alumnos de la escuela del pueblo le pintaron las paredes. "Leer es leer el mundo", se ve en la pared. "Es de una chica francesa que me visitó", cuenta.
Roque es un referente. Antes de la pandemia, los sábados una maestra traía a sus alumnos para pasar el día aquí. "Leíamos y les mostraba cómo de una semilla nace una planta, y esa planta es alimento", recuerda. "Si nosotros no devolvemos lo que aprendimos estamos en la nada", reflexiona.
Roque sabe lo que es pelear contra molinos de viento. En un ranchito igual al que tiene, pero en Santa Elena, Entre Ríos, se crió junto a siete hermanos. Su padre trabajaba seis meses en un frigorífico y el resto del año pescando o en el monte. "Como pudo, papá nos sacó de ahí", recuerda. Se vinieron caminando desde este pueblo hasta Buenos Aires (son 550 kilómetros). Corría el año 1960. "Sólo pudo juntar dinero para la balsa y así cruzamos a Santa Fe", recuerda. Luego todo fue caminar y caminar, dormir a un costado de la ruta, en las garitas de los colectivos. "Vivimos dos años bajo el puente del Mercado Central", sostiene con la voz quebrada. La familia luego se separó.
Los libros y la tierra lo obsesionan. Sabe qué allí está la otra parte de su proyecto cultural. "Comencé con media pala y pude sembrar", recuerda. Tuvo un caballo, y en esos días pudo sembrar más, pero los animales en estas tierras son observados. "Los roban para comer", afirma. ¿Los libros? "¿Quién va a robar libros?", responde.
Se prepara para el futuro. "El año que viene será muy malo. Los libros serán muy importantes", vaticina, preocupado: "No tenés idea lo que siente un hombre cuando le dicen 'firme aquí' y no podés porque no sabés. Te preguntás: ¿qué hago?". Lo vivió en carne propia: recién a los 14 supo escribir y leer. A los 18 años fue a la escuela primaria. "Los libros son un alimento, porque son enseñanza".
El pueblo de Ministro Rivadavia perdió protagonismo en sus comienzos por fuertes presiones políticas, que determinaron luego su desamparo, que sigue hasta nuestros días. En 1820, se lo conoció como "Monte Chingolo", y formaba parte del extenso Partido de Quilmes. Para 1830 un grupo de escoceses se asentaron en el lugar, y ya había actividad agrícola ganadera. En 1860 está documentada la presencia de un núcleo poblacional. Se propuso crear "un pueblo y un partido" con el nombre de Rivadavia. Enfrente tenían competencia: Esteban Adrogué propuso lo mismo, pero en su caso, dar nacimiento al Partido y "pueblo" de Almirante Brown. Los vecinos de "Monte Chingolo" perdieron la puja y el 30 de septiembre de 1873 se crea aquel partido. Ese mismo año se autoriza la traza del pueblo "Rivadavia".
El flamante partido tuvo que elegir ciudad cabecera. Nuevamente se enfrentaron los vecinos de Rivadavia con los del pueblo Almirante Brown (hoy Adrogué); ganaron los segundos, una vez más. "Desde entonces, parece que el pueblo sufriera un intencional olvido, y el destrato con escasas obras y acompañamiento municipal", afirma Gómez. La belleza de su entorno natural atrajo una importante comunidad japonesa que hicieron viveros. En 1945, La Nación asegura que "cuando la bestia apocalíptica de la peste (fiebre amarilla) se abatía sobre Buenos Aire con su hálito de muerte" muchas familias se asentaron en este pueblo que en 1897 cambió su nombre por el actual Ministro Rivadavia.
"Es una zona muy poco conocida hasta el día de hoy y sigue siendo una joya patrimonial desprotegida", afirma Gómez. Luchan para que se declare "Pueblo Histórico, Rural y Natural" del Partido de Almirante Brown", se esperanza.
El plan de Roque se choca con la adversidad. Aunque no le impide trazarlo. Su preocupación son los niños y el acceso de ellos a los libros: "Un lápiz y un cuaderno son mucho mejor que un cuchillo en la mano. Porque podés decir lo que sentís sin lastimar a nadie". Su biblioteca quiere ocupar ese vacío.
Le faltan estanterías, libros, mesas, sillas, una computadora. "Mi sueño es tener internet, porque los chicos podrían buscar mucha información", se ilusiona. Su rancho tiene electricidad, "pero son más las veces que se corta que otra cosa", agrega. El agua la extrae de la napa por una bomba. No tiene televisión, se informa por la radio. Todo lo ha hecho sin dinero, y muchas veces ha chocado con la realidad. Además de los libros, sabe que a los niños hay que darles algo más. "Una taza de café con leche, galletitas, pero todavía no puedo", reconoce.
Para contactarse o hacer donaciones se puede escribir a juanpgomez2004@gmail.com
Leandro Vesco
La Nación, 9 de agosto de 2020
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