Hoy se celebra el Día del Escritor, en recuerdo del nacimiento de Leopoldo Lugones, en 1874, en Villa María, Provincia de Córdoba. Compartimos un artículo de Carlos Penelas.
En mi juventud conocí a Luis Franco. Junto a él crecí, me formé intelectualmente, participé de una ética, de su generosidad sin límite. Franco me hizo amar y admirar con tenacidad la obra y la trayectoria de Domingo Faustino Sarmiento y la de Leopoldo Lugones.
En Argentina la barbarie, el populismo, la pereza mental, la imbecilidad y el dogmatismo hicieron que su decadencia llegara a límites inimaginables. Nos resulta sencillo advertir en lo cotidiano la impunidad, la insolencia, la corrupción, la incultura o el pensamiento extravagante. Y las poses banales de muchos artistas e intelectuales.
Hablar de Sarmiento y de Lugones es mencionar a los dos escritores mayores de nuestra historia literaria. Si pensamos en Lugones decimos Rubén Darío. Entonces, inevitablemente, llegan las voces de Luis Franco, Ezequiel Martínez Estrada, Horacio Quiroga, Samuel Glusberg. Decimos estética, sensibilidad modernista. Y decimos Víctor Hugo. Su obra – es válido recordarlo – excedió los límites del movimiento modernista. Es la figura central de nuestra literatura con proyección continental.
Lugones, como poeta trasciende “inagotables recursos verbales y pictóricos” afirma Rodolfo Walsh. Introduce el cuento fantástico en nuestro país. Junto a su nombre José Martí, José Hernández, Guillermo E. Hudson. Para ser claro: Lugones es más que un escritor, es un arquetipo y una compleja literatura.
Los crepúsculos del Jardín (1905) y Lunario sentimental (1909) alcanzan para señalar la atmósfera refinada, la elegancia y la originalidad creadora. Precisión y belleza. Recoge el simbolismo, experimenta el misterio en Las fuerzas extrañas (1906) y es además precursor de la literatura breve en nuestro país.
El profundo estudio que hace de Sarmiento y de Hernández pone sobre el tapete la eficacia, el rigor, el emblema de nuestra identidad cultural. Lugones, debemos recordar, se opuso al antisemitismo que muchos intelectuales y escritores de su época profesaron. Una cita de Leonardo Castellani: “Lugones fue condenado por el país a ser autodidacto”.
Una genialidad – admirable, único – Yzur (1924) enlaza mitos clásicos con la pseudociencia. Un relato equiparable a un cuento de Edgar A. Poe, H.G.Wells o Villiers L´Isle Adam. Lugones personifica la imagen del intelectual-escritor. Sin él no se concibe la literatura argentina. Su dimensión abarca una memoria. Paradójicamente se lo critica sin leerlo, sin comprender un sentimiento que rebasa la veneración. Sus cambios ideológicos y temperamentales – del anarquismo al socialismo, del socialismo al golpismo – son ajenos a su talento creador. ¿Qué hacemos, entonces, con Richard Wagner, Ezra Pound, Céline o Leni Riefenstahl?
Leopoldo Lugones fue un gran conocedor del mundo griego, de la Grecia clásica, de su mitología, de su poética. Ejemplo de ello son sus ensayos Estudios helénicos (1923), Nuevos estudios helénicos (1928). Tampoco fue ajeno al horizonte científico, a la epistemología de la ciencia. “La escuela democrática debe estar dominada por el método científico”, recordó en más de una oportunidad.
“Decir que ha muerto el primer escritor de nuestra república, decir que ha muerto el primer escritor de nuestro idioma, es decir la verdad y es decir poco”. Eso escribió Jorge Luis Borges en la revista Nosotros por la muerte de Lugones.
Carlos Penelas
Buenos Aires, 16 de junio de 2016
www.carlospenelas.com
Hablar de Sarmiento y de Lugones es mencionar a los dos escritores mayores de nuestra historia literaria. Si pensamos en Lugones decimos Rubén Darío. Entonces, inevitablemente, llegan las voces de Luis Franco, Ezequiel Martínez Estrada, Horacio Quiroga, Samuel Glusberg. Decimos estética, sensibilidad modernista. Y decimos Víctor Hugo. Su obra – es válido recordarlo – excedió los límites del movimiento modernista. Es la figura central de nuestra literatura con proyección continental.
Lugones, como poeta trasciende “inagotables recursos verbales y pictóricos” afirma Rodolfo Walsh. Introduce el cuento fantástico en nuestro país. Junto a su nombre José Martí, José Hernández, Guillermo E. Hudson. Para ser claro: Lugones es más que un escritor, es un arquetipo y una compleja literatura.
Los crepúsculos del Jardín (1905) y Lunario sentimental (1909) alcanzan para señalar la atmósfera refinada, la elegancia y la originalidad creadora. Precisión y belleza. Recoge el simbolismo, experimenta el misterio en Las fuerzas extrañas (1906) y es además precursor de la literatura breve en nuestro país.
El profundo estudio que hace de Sarmiento y de Hernández pone sobre el tapete la eficacia, el rigor, el emblema de nuestra identidad cultural. Lugones, debemos recordar, se opuso al antisemitismo que muchos intelectuales y escritores de su época profesaron. Una cita de Leonardo Castellani: “Lugones fue condenado por el país a ser autodidacto”.
Una genialidad – admirable, único – Yzur (1924) enlaza mitos clásicos con la pseudociencia. Un relato equiparable a un cuento de Edgar A. Poe, H.G.Wells o Villiers L´Isle Adam. Lugones personifica la imagen del intelectual-escritor. Sin él no se concibe la literatura argentina. Su dimensión abarca una memoria. Paradójicamente se lo critica sin leerlo, sin comprender un sentimiento que rebasa la veneración. Sus cambios ideológicos y temperamentales – del anarquismo al socialismo, del socialismo al golpismo – son ajenos a su talento creador. ¿Qué hacemos, entonces, con Richard Wagner, Ezra Pound, Céline o Leni Riefenstahl?
Leopoldo Lugones fue un gran conocedor del mundo griego, de la Grecia clásica, de su mitología, de su poética. Ejemplo de ello son sus ensayos Estudios helénicos (1923), Nuevos estudios helénicos (1928). Tampoco fue ajeno al horizonte científico, a la epistemología de la ciencia. “La escuela democrática debe estar dominada por el método científico”, recordó en más de una oportunidad.
“Decir que ha muerto el primer escritor de nuestra república, decir que ha muerto el primer escritor de nuestro idioma, es decir la verdad y es decir poco”. Eso escribió Jorge Luis Borges en la revista Nosotros por la muerte de Lugones.
Carlos Penelas
Buenos Aires, 16 de junio de 2016
www.carlospenelas.com
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