La poeta canadiense Anne Carson, que el próximo domingo cumplirá 70 años, acaba de ganar el premio Princesa de Asturias de las Letras. Cuatro poemas para conocerla.
Nacida en Toronto en 1950 y afincada en Nueva York, Carson es uno de los nombres clave de la literatura anglosajona actual. Profesora de filología clásica, en su obra confluyen el conocimiento de los griegos antiguos y la expresión de su intimidad familiar, las peripecias amorosas de los dioses olímpicos y su propio divorcio, la muerte del hermano de Cayo Valerio Catulo en el siglo I y la de su hermano en el año 2000.
Según el jurado, presidido por el director de la Real Academia Española, Santiago Muñoz Machado, la recién premiada ha construido desde el mundo grecolatino una poesía en la que “la vitalidad del gran pensamiento clásico funciona a la manera de un mapa que invita a dilucidar las complejidades del momento actual”.
Cuatro poemas
1. Ella
Vive sola en un brezal al norte.
Ella vive sola.
La primavera se abre como una cuchilla allí.
Yo viajo en trenes todo el día y llevo muchos libros –
unos para mi madre, algunos para mí
que incluyen Las obras completas de Emily Brontë.
Es mi autora favorita.
También mi principal temor, al que trato de enfrentarme.
Cada vez que visito a mi madre
siento que me convierto en Emily Brontë,
mi vida solitaria a mi alrededor como un páramo,
mi torpe cuerpo recortándose sobre los barrizales con una apariencia de transformación
que muere cuando atravieso la puerta de la cocina.
¿Qué cuerpo es ese, Emily, que nosotras necesitamos?
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2. Y arrodillada en la orilla de un mar transparente me haré un corazón nuevo con sal y barro (de La belleza del marido).
Una esposa está bajo las garras del ser.
Fácil es decir ¿Por qué no terminar con esto?
Pero supongamos que tu marido y cierta mujer oscura
suelen quedar en un bar por la tarde.
El amor no es condicional.
Vivir es muy condicional.
La mujer se instala en una terraza cerrada al otro lado de la calle.
Observa a la mujer oscura
que con la mano le toca la sien como si le estuviera metiendo algo.
Observa cómo
él se inclina un poco hacia la mujer y luego se vuelven atrás. Están serios.
Su seriedad la atormenta.
Las personas que pueden estar serias cuando están juntas es
[porque tienen algo profundo.
Hay una botella de agua mineral sobre la mesa
y dos vasos.
¡No necesitan bebidas alcohólicas!
¿Desde cuando tiene él
estos gustos puritanos?
Un barco frío
zarpa de algún lugar dentro de la esposa
y pone rumbo al horizonte plano y gris,
ni pájaro ni soplo a la vista.
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3. Pero una dedicatoria es apropiada sólo cuando se hace ante testigos: es una rendición hecha necesariamente en público, como la entrega de estandartes en las batallas (De La belleza del marido).
Sabes que hace años estuve casada y cuando mi marido se fue [se llevó mis cuadernos.
Cuadernos con espiral de alambre.
Conoces ese verbo frío furtivo: escribir. Le gustaba escribir, le [disgustaba tener que empezar solo con una idea.Usaba mis comienzos con propósitos diversos.
Por ejemplo, en [un bolsillo encontré una carta (para su amante de entonces) empezada con una frase que yo había copiado de Homero: [εντροπαλιζομένη, como dice Homero que se alejó Andrómaca cuando se separó de Héctor: "volviéndose a cada paso" bajó de la torre de Troya y se fue por calles de piedra hasta la casa [de su leal esposo y allí con las mujeres entonó un lamento por el hombre vivo en su [mansión.
Leal a nada mi marido. Entonces, ¿por qué lo amé desde mi juventud hasta [la madurez y la sentencia de divorcio llegó por correo?
La belleza. No es ningún secreto. No me avergüenza decir que [lo amé por su belleza.
Como volvería a amarlo si lo tuviera cerca. La belleza convence. Sabes que la belleza [hace posible el sexo.
La belleza hace el sexo sexo.
Tú mejor que nadie entiendes esto… calla, pasemos al orden natural.
Otras especies, que no son venenosas, suelen tener [coloraciones y dibujos similares a los de las especies venenosas.
La imitación que una especie venenosa hace de otra no [venenosa se llama mimetismo.
Mi marido no era mimético.
Mencionarás, claro, los juegos de guerra.
Te lo conté muchas veces protestando porque se quedaban aquí toda la noche con los tableros abiertos y alfombras y lamparitas y cigarrillos [como la carpa de Napoleón, supongo, ¿quién podía dormir?
Mirándolo bien mi marido era un [hombre que sabía más de la batalla de Borodino que del cuerpo de su mujer, ¡mucho más! Las tensiones [trepaban por las paredes y se vertían en el cielorraso, a veces jugaban del viernes por la noche sin parar hasta el lunes [por la mañana. él Y sus pálidos amigos iracundos Sudaban muchísimo. Comían carne de los países del juego.
Los celos fueron una parte nada desdeñable de mi relación con la batalla [de Borodino.
Lo detesto.
¿De veras?
Por qué pasar la noche jugando.
El tiempo es real.
Es un juego.
Es un juego real.
¿Es una cita?
Ven aquí.
No.
Necesito tocarte.
No.
Sí.
Aquella noche hicimos el amor "de verdad", algo que aún no [habíamos hecho pese a que llevábamos seis meses casados.
Gran misterio. Ninguno sabía dónde colocar su pierna y [todavía hoy no estoy segura de que lo hiciéramos bien.
Parecía contento. Eres como Venecia, me dijo, sublime.
Temprano al día siguiente redacté una conferencia ("Sobre la defloración") que luego me robó y publicó en una revistita bimestral.
Esto era, por encima de todo, una interacción típica entre [nosotros.
O debería decir ideal.
Ninguno de los dos había visto nunca Venecia.
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Sabes que hace años estuve casada y cuando mi marido se fue [se llevó mis cuadernos.
Cuadernos con espiral de alambre.
Conoces ese verbo frío furtivo: escribir. Le gustaba escribir, le [disgustaba tener que empezar solo con una idea.Usaba mis comienzos con propósitos diversos.
Por ejemplo, en [un bolsillo encontré una carta (para su amante de entonces) empezada con una frase que yo había copiado de Homero: [εντροπαλιζομένη, como dice Homero que se alejó Andrómaca cuando se separó de Héctor: "volviéndose a cada paso" bajó de la torre de Troya y se fue por calles de piedra hasta la casa [de su leal esposo y allí con las mujeres entonó un lamento por el hombre vivo en su [mansión.
Leal a nada mi marido. Entonces, ¿por qué lo amé desde mi juventud hasta [la madurez y la sentencia de divorcio llegó por correo?
La belleza. No es ningún secreto. No me avergüenza decir que [lo amé por su belleza.
Como volvería a amarlo si lo tuviera cerca. La belleza convence. Sabes que la belleza [hace posible el sexo.
La belleza hace el sexo sexo.
Tú mejor que nadie entiendes esto… calla, pasemos al orden natural.
Otras especies, que no son venenosas, suelen tener [coloraciones y dibujos similares a los de las especies venenosas.
La imitación que una especie venenosa hace de otra no [venenosa se llama mimetismo.
Mi marido no era mimético.
Mencionarás, claro, los juegos de guerra.
Te lo conté muchas veces protestando porque se quedaban aquí toda la noche con los tableros abiertos y alfombras y lamparitas y cigarrillos [como la carpa de Napoleón, supongo, ¿quién podía dormir?
Mirándolo bien mi marido era un [hombre que sabía más de la batalla de Borodino que del cuerpo de su mujer, ¡mucho más! Las tensiones [trepaban por las paredes y se vertían en el cielorraso, a veces jugaban del viernes por la noche sin parar hasta el lunes [por la mañana. él Y sus pálidos amigos iracundos Sudaban muchísimo. Comían carne de los países del juego.
Los celos fueron una parte nada desdeñable de mi relación con la batalla [de Borodino.
Lo detesto.
¿De veras?
Por qué pasar la noche jugando.
El tiempo es real.
Es un juego.
Es un juego real.
¿Es una cita?
Ven aquí.
No.
Necesito tocarte.
No.
Sí.
Aquella noche hicimos el amor "de verdad", algo que aún no [habíamos hecho pese a que llevábamos seis meses casados.
Gran misterio. Ninguno sabía dónde colocar su pierna y [todavía hoy no estoy segura de que lo hiciéramos bien.
Parecía contento. Eres como Venecia, me dijo, sublime.
Temprano al día siguiente redacté una conferencia ("Sobre la defloración") que luego me robó y publicó en una revistita bimestral.
Esto era, por encima de todo, una interacción típica entre [nosotros.
O debería decir ideal.
Ninguno de los dos había visto nunca Venecia.
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4. Yo
Oigo pequeños chasquidos dentro de mi sueño.
La noche gotea su taconeo de plata
espalda abajo.
A las cuatro. Me despierto. Pensando
en el hombre que
se marchó en septiembre.
Se llamaba Law.
Mi rostro en el espejo del baño
tiene manchas blancas en la parte baja.
Me enjuago la cara y vuelvo a la cama.
Mañana voy a ver a mi madre.
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