Pasamos unos días muy agradables. En pleno verano, llega un momento en que, aun sabiendo muy bien a lo que uno se expone, se experimentan unos fabulosos deseos de no hacer nada. El cielo y la tierra, el mar y la montaña, el viento y la calma invitan a ocupar el tiempo en nimiedades menos dolorosas que el hecho de escribir papeles intrascendentes pero enojosos. Se produce la siguiente contradicción: la mejor manera de pasar el rato consiste en no hacer nada. Escribir es una nimiedad tan complicada, que llega a devastarnos. Cualquier pretexto es bueno para dejarlo correr por una temporada. El trabajo intelectual tiene este inconveniente: puede ser muy duro, pero no provoca el sudor, no elimina nunca de los tejidos del cuerpo los tóxicos sobrantes. Las tristes e ineluctables alucinaciones mentales gastan las fibras, pero no incitan a reponer vitalidad; un esfuerzo físico rejuvenece, un esfuerzo mental envejece. Se apoderan de uno los más irreprimibles deseos de sudar, de tirar de una cuerda, de levar palangres, de remar. Al anochecer os invade el sueño; el cerebro rechaza cualquier obsesión, os domina el delicioso desfallecimiento de la felicidad. No puede pedirse una evasión más útil que la que proporciona un barco.
* Cuanto más irrisorio es un pueblo y menos personas lo habitan, menos pueden soportarse. La idea de la fraternización y de la ayuda mutua es una idea de las grandes ciudades. En los lugares solitarios, allí donde los contactos parecen indispensables y naturalísimos, la gente es más individualista y vive más separada.
* Las grandes ilusiones son el sueño de una sombra, y por ello duran tanto. Las pequeñas, en cambio, se nos mueren una tras otra…
“...Nosotros venimos de los libros. Nosotros hemos leído y leemos libros. Creemos que hemos vivido porque hemos leído libros. Los libros nos han dado la esperanza de algo. Hemos esperado años y años que algo se produciría. ¿Qué se ha producido? Absolutamente nada. Nada. Esto nos ha llevado a suponer que los libros dicen una cosa y que la vida dice otra muy diferente. Los libros nos dicen que el mundo, los hombres, las mujeres, están hechos de una manera distinta. Los libros nos dicen que existe el amor, la gloria, la bondad, la grandeza. La vida nos dice que no hay nada. ¿De qué hablan los poetas? ¿Qué sentido tiene lo que dicen los poetas? ¿Por qué hablan de esta manera? ¿Quién les hace hablar así?
“He nacido en un pueblo pequeño. Los horizontes de mi vida han sido cortísimos. Estas circunstancias me han hecho especialmente sensibles a la fulguración de la letra impresa. Me pusieron los libros en la mano y los leí. ¡Qué bellas cosas se encuentran en los libros! La vida es esto y aquello y lo de más allá -dicen los libros- pero, después, resulta que nadie se da por aludido. Que nadie hace ningún esfuerzo para que las afirmaciones de los libros sean ciertas. Uno descubre que lo que dicen los libros sirve para disimular, para camuflar la vida mediocre y acomodaticia. No hay nada de lo que dicen los libros. Entre los hombres hay escasas diferencias: un poco más de higiene, de educación, un matiz de hipocresía. Los libros contienen lo que contienen, no para engañarnos; simplemente porque sus autores pensaban que nunca los tomaríamos en serio. Las épocas siempre han sido iguales y las que se llaman las ‘grandes épocas’ sólo han existido en la imaginación de los que han escrito los libros...”
Josep Pla
(1897 – 1981)
La obra de Josep Pla, muy extensa, abarca la crónica de viajes, los estudios biográficos e históricos, la novela y el relato, aunque su temperamento era poco dado a la ficción literaria. Enemigo de la retórica y la falsa ornamentación, su estilo se caracteriza por su equilibrio y por una aparente sencillez, al servicio de una aguda capacidad de observación.
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