de Guillermo Martínez
(Ediciones Destino, Buenos Aires, 2019, 336 páginas)
Por este libro Guillermo Martínez obtuvo el Premio Nadal 2019. En 2003 ganó el Premio Planeta por Crímenes imperceptibles, traducido a cuarenta idiomas y cuya adaptación cinematográfica realizó Álex de la Iglesia en 2008 bajo el título de Los crímenes de Oxford. Anteriormente, en 1982, mereció el Premio del Fondo Nacional de las Artes con Infierno Grande (cuentos) y, en 2015, el I Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez con Una felicidad repulsiva. Además de otras novelas y cuentos, escribió dos ensayos. Nació en Bahía Blanca en 1962, se doctoró en Ciencias Matemáticas por la Universidad de Buenos Aires y luego residió dos años en Oxford.
Al comenzar la novela se indica que los principales personajes son el argentino G., un matemático que reside temporalmente en Oxford debido a una beca, y Arthur Seldom, profesor de lógica, responsable de la siguiente frase: “El crimen perfecto no es el que queda sin resolver, sino el que se resuelve con un culpable equivocado”. Son los mismos protagonistas de Crímenes imperceptibles.
En todo momento la novela se nutre de una atmósfera científica y cultural.
La excelente prosa del autor es cristalina, de esmerada articulación y brillante manejo de los períodos. Utiliza imágenes interesantes, nada convencionales: “Un rayo oblicuo daba en las galerías de piedra y el ángulo con que alumbraba la piedra centenaria recordaba a los relojes solares de civilizaciones antiguas, y a la rotación milimétrica de un tiempo sobrehumano”. Es un escritor erudito y sumamente inteligente, poseedor de un vastísimo vocabulario.
G. –que narra la novela en primera persona– propone la aplicación de un teorema de dualidad topológica para resolver la controvertida biografía de Lewis Carroll (seudónimo de Charles Dodgson), el creador de ese prodigio literario llamado Alicia en el país de las Maravillas (1865). La cuestión reside en si fue un pedófilo o un hombre que se relacionaba con los chicos por la exaltación beatífica que se prodigaba a la niñez en esa época. Aunque paradójicamente también se ·"…admitía el enamoramiento de un adulto con una niña, bajo la forma de un matrimonio pactado a futuro, con la perspectiva perturbadora de una muy pronta consumación".
Se dan datos de la amplia trayectoria de Carroll: aficionado a los puzzles, fotógrafo excepcional, y cuya pasión por las matemáticas y la lógica lo llevó a enunciar acertijos con el fin de explorar sus posibilidades recreativas.
No obstante su apego a la modernidad, el texto recurre al enigma, y en lugar de un detective de inteligencia privilegiada como Sherlock Holmes, los dos matemáticos resuelven el caso de varios asesinatos cometidos en torno a la bibliografía sobre Lewis Carroll. Nada que ver con la crítica social propia de la novela negra.
Los crímenes de Alicia presenta una excelente historia con muchos personajes convincentes. Y, sobre todo, Martínez demuestra tener tanto amor por las matemáticas que logra transmitirlo al lector: “Gödel parece dejar un resquicio para cierto misticismo: la posibilidad de una existencia a priori de los patrones y objetos matemáticos, a la manera del platonismo”.
Germán Cáceres
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