de Enrique Vila-Matas
(Seix Barral, Barcelona, 2017, 304 páginas)
Mac es un hombre de más de sesenta años que después de ser echado de un bufete de abogados se inicia como escritor a través de un diario cuyo humor original, irónico y lunático esconde una personal y reflexiva meditación sobre la literatura. Así, confiesa que “No simpatizo, en cambio, con las novelas porque son, como decía Barthes, una forma de muerte: convierten la vida en destino”. Y respecto a un poema de Samuel Beckett que no entendió en su momento, reconoce que ahora lo comprende menos pero le gusta más. También elogia a los personajes insignificantes a quienes considera más importantes que los arquetipos. Y comenta que “siempre nos gusta ser aquello que no somos”.
La repetición es un tema que lo obsesiona porque opina que todo autor se repite aunque cambie de género y de estilo. Y se pregunta: “¿O acaso no está escrito todo?”.
Admira a nuestro Macedonio Fernández y su Museo de la novela de la Eterna, ya que el gran escritor cultiva la inacción e inunda el texto de digresiones, citas, recuerdos, divagaciones y ocurrencias desopilantes, como Mac que se pregunta “¿Por qué será que siempre nos parece que las mujeres que prefieren a otros han elegido a un zopenco?”. Y además es inconclusa, circunstancia que celebra porque opina que no hay obras inacabadas, sino que así fueron concebidas y que luego de la muerte del autor se comenta que no están terminadas y bautiza a esos libros los “póstumos falsificados”. Entre sus humoradas hay infinitas referencia a escritores y sus trabajos, pudiéndose considerar a Mac y su contratiempo como un tratado por la inmensa enumeración de obras y reflexiones sobre el hecho literario. Y en todo momento aparece su amor por las letras y las palabras: “…hay cuentos que se introducen en nuestras vidas y prosiguen su camino confundiéndose con ellas.” Y opina que al escribir se crea un mundo paralelo alejado del real.
Su escritura es calibrada, armoniosa, se diría que perfecta, y se vuelve acrobática en los párrafos largos. Hay símiles maravillosos, nada aparatosos, que poseen así una diáfana belleza.
Asimismo habla de su aburrida vida cotidiana, pues se cifra en recorrer el barrio del Coyete, de Barcelona, en donde se encuentra con un vecino al que odia, el escritor Sánchez, responsable de una antigua colección de diez cuentos –Walter y su contratiempo, cuyo protagonista es un ventrílocuo– y que Mac se propone reescribir, circunstancia que da lugar a un aluvión de referencias literarias. Su esposa Carmen, que tiene un taller de restauración de muebles, lo mantiene, pero él se forja un sinnúmero de conjeturas sobre la posibilidad de que ella tenga un amante en ese mismo vecindario.
Tantas bromas y humoradas no ocultan el hondo escepticismo de Mac –que funciona como un alter ego de Vila-Matas–, pues llega a concluir que “…el mundo es una mierda y, aun sabiéndolo, sigamos siempre como si nada pasara, es decir, sigamos teniendo hijos, seres que vienen sólo a incrementar el número de monstruos que pueblan el planeta Tierra”. Y, por si no fuera suficiente, más adelante agrega: “…aunque sólo a esa hora del día en la que me olvido de que la idiotez no es un defecto de época, sino que viene existiendo siempre, es congénita a la condición humana”.
Finalmente Mac cae en un frenesí delirante y así surge la literatura como un componente de sueños y visiones que nos zambullen en un universo de imágenes, una suerte de panteísmo.
Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) es un consagrado escritor con una extensa obra tanto narrativa (una de sus más celebradas es Bartleby y Compañía) como ensayística. Fue traducido a treinta y seis idiomas y ha recibido numerosos e importantes premios. Entre ellos pueden mencionarse el Formentor de las Letras, el Rómulo Gallegos, el Herralde de Novela y el de la Real Academia Española. Es Chevalier de la Legión de Honor francesa.
Germán Cáceres
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