de Maj Sjöwall y Per Wahlöö
(RBA Libros, Barcelona, 2016, 240 páginas)
Si bien esta novela fue publicada originalmente en 1966, ahora apareció una nueva edición con una excelente traducción del sueco a cargo de Enrique de Obregón.
Este es el segundo título de una serie de diez que protagonizó el inspector Martin Beck, de la Brigada Nacional de Homicidios de Estocolmo. Escritos por la pareja Sjöwal y Wahlöö, llevan vendidos en el mundo –según el folleto que acompaña al libro– cincuenta millones de ejemplares. La primera novela, Roseanna, se publicó en 1965 y RBA Libros quiso celebrar los cincuenta años del nacimiento de la colección editándola completa en castellano. O sea que estos dos escritores nórdicos –aunque varios de sus libros ya circularon en la Argentina hace muchos años – en la actualidad podrán llegar a ser tan conocidos como otros talentos del género policial de ese origen: Henning Mankel, Stieg Larsson, Jo Nesbø, Arnaldur Indridason, Ǻsa Larsson y Camilla Lackberg, entre otros.
La prosa es notable por las descripciones de personajes, vestimentas, interiores y paisajes, destacándose el primer capítulo que refiere con minuciosos detalles la escena de un crimen.
La lectura de El hombre que se esfumó atrae desde el principio porque narra con fluidez sucesos que se desarrollan sin solución de continuidad. Se vale bastante de la elipsis como estrategia literaria y emplea imágenes sencillas pero logradas (“El Danubio discurría ante él con curso pausado y regular, de norte a sur, no muy azul, pero sí amplio y majestuoso, muy bello.”) Martín Beck figura omnipresente en todo el libro para investigar la extraña desaparición de un destacado periodista sueco cerca de Hungría (en ese entonces país comunista). En su visita a Budapest, el inspector deja claro que no comparte la ideología del régimen, pero se abstiene de realizar comentarios antisoviéticos.
Aunque la narración se puede enrolar dentro de la novela negra, exhibe algunos rasgos propios del género clásico o de enigma. Martin Beck – que no realiza introspecciones al estilo del Kurt Wallander de Mankel– elabora razonamientos concluyentes y los desparrama a lo largo del texto, pero al lector le resulta muy difícil –o imposible– sacar conclusiones. Cada final de capítulo crea suspenso porque aparece la posibilidad de una pista. Y a lo largo de la historia van surgiendo incógnitas que abren nuevos rumbos a la misma, de modo que incita a leer rápido, literalmente tragando las palabras.
En un artículo sobre el aporte al género de Maj Sjöwall (Estocolmo, 1935) y Per Wahlöö (Gotemburgo, 1926-Malmö, 1975) –quienes recibieron numerosos y prestigiosos premios internacionales–, el escritor Lee Child se encarga de destacar que crearon la novela de procedimiento (o sea, el trabajo en equipo de una comisaría). Solo resta esperar la aparición de la totalidad de la colección –llamada «La escena de un crimen»– para disfrutar de un obra fundamental de la literatura policial contemporánea, como sostuvo Andrea Camilleri.
Germán Cáceres
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