de Haruki Murakami
Libro 1 (Tusquets Editores, Buenos Aires, 2018, 480 páginas)
Libro 2 (Tusquets Editores, Buenos Aires, 2019, 496 páginas)
Haruki Murakami (Kioto, 1949) es un consagrado escritor a nivel internacional, tanto por su calidad literaria (son memorables Tokio blues y Al sur de la frontera, al oeste del sol, por solo mencionar dos títulos), como por el nivel de ventas que alcanzaron sus libros (más de veinte). También obtuvo numerosos premios y es candidato al Nobel.
La muerte del comendador es una excelente novela, escrita con un estilo literario pleno de imágenes sutiles (“Tras aquellos ojos se extendía todo un mundo que sobrepasaba los límites del tiempo”) y un oficio asombroso que logra ensamblar las diferentes situaciones que se desarrollan en ambos tomos y despiertan todo tipo de intrigas. Además, capta los variados matices psicológicos de los personajes y sus descripciones de caras, interiores y paisajes asombran por su precisión y abundancia de detalles. Y como es habitual en su vasta obra abundan las reflexiones profundas: “Miro atrás y me doy cuenta de que la vida es un misterio insondable. Está llena de casualidades, de cambios de rumbo tan repentinos e increíbles como retorcidos e impensables; y cuando suceden, no apreciamos, sin embargo, ningún misterio en ellos.”
El primer tomo opta por una óptica realista en la cual plantea la soledad del narrador –un retratista, cuyo nombre no se revela– que acaba de ser abandonado por su esposa –a la que ama– sin que ella le explique el motivo. Además, va surgiendo parte del pasado secreto de Tomohiko Amada, un consagrado pintor de la escuela japonesa, que está internado en una residencia para adultos mayores por su edad y la gravedad del estado de su salud. Este reconocido artista vivió solo, como un ermitaño, en la casa que ahora ocupa el retratista a pedido del hijo del anciano, que es un amigo entrañable de la época en que estudiaban Bellas Artes. Y hay otro personaje enigmático: un vecino acaudalado – se ignora el origen de su fortuna–, que posee cuatro automóviles de alta gama y no trabaja. En la segunda mitad de este primer tomo, el narrador encuentra un cuadro de Amada llamado como el título de la novela, cuyos personajes comienzan a cobrar cierta vida y a mezclarse en el relato. (Respecto a la incursión de los cuadros en la anécdota, es imposible no evocar títulos famosos como El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, En el Laberinto, de Alain Robbe-Grillet, La tabla de Flandes, de Arturo Pérez- Reverte y la película La ronda de noche, de Peter Greenaway).
Así, paulatinamente, y sobre todo en el segundo tomo, Murakami asume el ámbito fantástico e ingresa a un mundo mágico fuera del tiempo y del espacio. Hacia el final retorna a la presunta realidad.
El autor no pierde la oportunidad de señalar la alta cultura que tienen los personajes, quienes citan producciones musicales de distintos géneros, incluyendo los nombres de los compositores e intérpretes.
La estupenda traducción estuvo a cargo de Fernando Cordobés y de Yoko Ogihara.
Germán Cáceres
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