Como cada año, este 8 de marzo nos invita a la reflexión y a la evocación de aquellas luchadoras por sus derechos de acceder a la educación, a disponer de sus propios cuerpos y libertad sexual, a la participación en cuestiones sociales y políticas, etcétera, pero también para mantener arriba esas consignas y preguntarnos cómo es la situación actual.
El Día Internacional de la Mujer recuerda la realización en 1857 de una marcha convocada en el mes de marzo por el sindicato de costureras de la compañía textil de Lower East Side, de Nueva York, que reclamaban una jornada laboral de sólo diez horas, y también la huelga de marzo de 1867 de las planchadoras de cuellos de Troy, también en Nueva York.
Clara Zetkin, militante socialista alemana, editora del periódico Igualdad y compañera de acciones con Rosa Luxemburgo, fue quien impulsó en un Congreso Internacional la conmemoración del 8 de Marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora. La iniciativa comenzó a llevarse a cabo a partir de 1911 y fue expandiéndose por todo el mundo.
Por supuesto que eso estaba lejos del festejo que se le quiere imponer en nuestros días a la fecha, y en un mundo donde millones de mujeres siguen siendo marginadas de sus derechos por leyes y costumbres hechas a medida del hombre, de los mercados y de regímenes culturales o religiosos, debemos pensar en que se trata de fechas para reivindicar las luchas y sostener las banderas.
Por supuesto que eso estaba lejos del festejo que se le quiere imponer en nuestros días a la fecha, y en un mundo donde millones de mujeres siguen siendo marginadas de sus derechos por leyes y costumbres hechas a medida del hombre, de los mercados y de regímenes culturales o religiosos, debemos pensar en que se trata de fechas para reivindicar las luchas y sostener las banderas.
La opresión, la violencia de género, en cualquiera de sus variantes (física, emocional, sexual o económica), los femicidios, murtes por abortos clandestinos, desigualdades laborales y oportunidad de educación son injusticias que deben ser señaladas y puestas sobre la mesa, porque el encubrimiento sólo permite que se legitimen.
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