Próxima a recibir el Premio Cervantes, en una entrevista de hace cuatro años la escritora uruguaya recordaba las enseñanzas de su maestro, José Bergamín, su obsesión por corregir y afirma que la poesía ha cambiado de referentes culturales.
Ida Vitale es, con 91 años, una de las grandes maestras de la literatura latinoamericana viva, pero disfruta, más que hablando de su obra, recordando a aquellos que, ilustres o anónimos, le enseñaron a leer y escribir. Entre los anónimos había, en el Montevideo de su infancia, una profesora que le hacía imitar el estilo de Azorín, de Gabriel Miró, de Ortega o de Rafael Barrett: “Cada mes, un autor distinto. Era una buena práctica: te obligaba a mirar de modo diferente”. Entre los ilustres estaba José Bergamín, verso suelto de la Generación del 27. “Fue un excelente maestro”, cuenta. “No sé si acá se tiene la imagen del Bergamín profesor a tiempo completo. Sabía mucho de literatura española, pero también del romanticismo alemán. Era de los que decían: ‘Tienen que leer este libro’, y te lo regalaba. Perdió su biblioteca al marchar al exilio tras la guerra y había resuelto que la solución era el desinterés completo”. La autora de Reducción del infinito (Tusquets) recuerda la soledad del escritor español en Uruguay hasta que llegaron sus hijos: “Decía que era el último orejón del tarro. No era muy halagador para nosotros, pero era verdad. Terminábamos cenando con él después de las clases. Era joven pero lo veíamos como un viejito”.
Su maestro en la poesía fue, sin embargo, un enemigo íntimo de Bergamín, Juan Ramón Jiménez, a quien también conoció cuando pasó por Montevideo. Con él comparte la obsesión por corregir: “De Juan Ramón me impresionó que le dieran un libro para que lo firmara y se dedicara a corregir los poemas. Decía que un poema hay que escribirlo y guardarlo hasta que a uno se le olvide. Yo lo he seguido en la medida de lo posible”.
Ida Vitale se marchó a México en 1974 con su marido, el poeta Enrique Fierro. La dictadura militar empezó persiguiendo a los tupamaros y luego a todos los que parecieran remotamente izquierdistas: "Nosotros no estábamos en eso, pero andábamos entre libros, algo que siempre inquieta a los militares”. Adiós a un Uruguay que, según la poeta, fue durante décadas “la democracia perfecta”: laico, con una gran educación pública gratuita, sin grandes desigualdades sociales y sin nacionalismo alguno. “¿Qué nacionalismo iba a haber si éramos la mitad italianos y la mitad españoles?”.
Cuestión de gustos
1. ¿En qué libro se quedaría a vivir? Las mil y una noches no estaría mal. Sin duda no la Divina comedia, aunque me la conozco muy bien, pero para vivir… Quizás en el Orlando furioso: tiene magia, viaje y paisaje.
2. ¿A qué escritor de todos los tiempos invitaría a cenar? A Borges. Lo hubiera querido tratar más.
3. ¿Cuál ha sido el mejor momento de su vida intelectual? Alguno de mi formación, esos momentos secretos en que uno logró entender algo.
4. ¿Qué encargo no aceptaría jamás? Dirigir un país.
5. ¿Qué libro no pudo terminar? En una época, muchos. Después resolví que tenía que terminarlos. Soy paciente no sé si por espíritu venenoso: para ver cómo se derrumba el libro cuando no me gusta.
6. ¿Qué está socialmente sobrevalorado? La comunicación, aunque decirle esto a un periodista… Me da la impresión de que la gente está dentro de casa y fuera del mundo.
7. ¿A quién daría el próximo Premio Cervantes? Ay, Dios…, ¡al mejor!
Desde 1989 vive en Austin (Texas) aunque viaja con regularidad a su país, a México —“fueron muy generosos con nosotros”—, e incluso a España. En Madrid formó parte del jurado que concedió el último Premio Loewe al chileno Óscar Hahn. “Había libros tremendos de gente que uno nota que tiene en la poesía la última esperanza”, cuenta sobre su experiencia en un jurado por el que ya pasó su amigo Octavio Paz. “Uno busca lo literario, pero a veces se pone en el alma de quien escribió esos versos y empieza a pensar en el ser humano, no en el escritor. Al final hay que ponerse de nuevo en el frío cargo de lector desinteresado”. Otra de las conclusiones de esa experiencia es que los referentes de la poesía están cambiando: “Las alusiones mitológicas se han ido perdiendo. Antes los poetas hablaban de Hércules; ahora, de Batman. No digo que eso dé una poesía inferior, pero marca una orientación distinta, sobre todo por los mundos que arrastran y lo que uno y otro te permiten entender”.
Más intensa que extensa, su poesía es, sin embargo, escasa en referencias. Las palabras son nómadas y los malos poemas las vuelven sedentarias, dicen unos versos suyos. ¿Cómo reconocer ese cambio de estado? “Instintivamente. En la medida en que son nómadas las sujetamos o seguimos su movimiento natural. ¿Por qué hay palabras que nos gustan y otras que no? No sé. A mí me choca profundamente constatar. Sin embargo, procrastinar me gusta”. Traductora de autores como Gaston Bachelard, Simone de Beauvoir o Luigi Pirandello, Ida Vitale cuenta que traducir le ha enseñado a mantener la atención aunque “la traducción conspira contra la poesía porque es un trabajo muy absorbente”. La poeta uruguaya publicó Mella y criba (Pre-Textos) en 2010 y ya tiene un libro nuevo. “Uno no, varios, y eso es lo peor”, aclara riendo. La prosa le divierte —la suya ha dado lugar a maravillas como Léxico de afinidades (El Cobre) y De plantas y animales (Paidós)—, pero sabe que la extrema esencialidad de sus versos podría terminar por llevarla al silencio, “la reducción total”. Con todo, huye de la metafísica —“estas cosas, cuando se sintetizan, quedan dramáticas”— para meterse en la cocina de la escritura: “A veces me sale un poema largo, más hablado de lo necesario, pero mi tendencia natural es abreviar. Aunque admiro profundamente a los que se dejan llevar por esa locura ingobernable, cada uno nace no con un guion sino con una escuadra a mano, y la mía es borrar y borrar. Corregir es como arreglar cajones: sacas lo que está de más".
Javier Rodríguez Marcos
Diario El País, España, 21 de enero de 2015
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