de Benjamin Black
(Alfaguara, Buenos Aires, 2017, 312 páginas)
Como es habitual en Benjamin Black – seudónimo de John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) en sus novelas policiales –, la prosa es de una belleza impresionante –no en vano está considerada una de las mejores en lengua inglesa –, como puede apreciarse en frases como la siguiente: «…el cielo parecía una fuente invertida de un brillante azul violáceo, salvo en poniente, donde la puesta de sol recordaba una encendida batalla naval, un Trafalgar detenido.» /«…veía la redondez de sus pechos; tenían una claridad luminosa y la separación entre ambos era del color de la hoja de un cuchillo. » De vocabulario erudito y preciso, confiere convicción y naturalidad a los diálogos. A la traducción de Nuria Barrios se la puede calificar de magnífica.
El doctor Quirke, que termina por esclarecer los casos junto al inspector Hackett de la policía irlandesa, resulta ser un tipo muy singular: es forense, alcohólico, viudo, solitario, taciturno y neurótico (sufre alucinaciones y estados amnésicos).
Es patética la dificultad de comunicación existente entre Quirke y su hija Phoebe, derivada de una relación conflictiva al padecer un pasado trágico que siembra en ellos sentimientos culposos. Pero no se descuida a ningún personaje, todos son disecados psicológicamente, como si el autor fuera un patólogo del alma. Aunque se trata de una novela policial, también se aparta de las convenciones del género en muchos otros aspectos.
La historia –en la que Black se asume como escritor omnisciente– es muy inteligente, y se inicia con el accidente automovilístico de un joven, que bien pudo haber sido un suicidio, hasta abarcar meditaciones sobre la existencia («Supongo que la muerte será tan corriente y aburrida como todo lo demás…») y señalar a Irlanda como un país religioso y dominado por un anticomunismo feroz y la autoridad indiscutible de la Iglesia Católica que «….controla este país…No puedes imaginarte el poder que tienen.» Se desarrolla en el Dublín de los años cincuenta, y la trama crea paulatina –y casi inadvertidamente– un insoportable suspenso.
Al final un personaje hace justicia por su cuenta matando al malvado de la novela, y aunque Quirke no duda de su identidad, prefiere optar por la opinión del inspector Hackett (que también la conoce): «Yo diría, doctor Quirke, que se convertirá en un caso más sin resolver.»
Las sombras de Quirke es uno de esos libros tan agradables que el lector no quiere que terminen.
Benjamin Black, o John Banville, recibió el Premio Booker en 2005, el Franz Kafka en 2011, el Austríaco de Literatura Europea en 2013 y el Príncipe de Asturias de las Letras en 2014. El doctor Quirke protagonizó ocho de sus novelas, y fue llevado a la televisión por la BBC.
Germán Cáceres
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