El cambio abrupto de la rutina, los ambientes vacacionales y la poca ropa son propicios a la invención literaria; clásicos y novedades entre el idilio y la pesadilla.
"El verano es esencial en las historias de Tres hermanos -dice Esther Cross sobre su nuevo libro-. El calor, el agobio de la siesta, el alivio del viento, las tormentas de tierra cargan los días que viven esas personas de una manera especial, a veces como un mal presagio. Ese calor impone horarios de trabajo, alarga el día, embota los sentidos, los chicos se aburren y salen a dar vueltas, espían, van al monte." ¿Serían distintas las historias que se cuentan en esa novela y en muchas otras si transcurrieran en invierno? Cross enumera algunas ficciones donde el verano impone su presencia: "En El extranjero, de Albert Camus, toda la novela tiene ese clima encandilado. Es el verano de Argelia. Lo mismo pasa con los libros de Paul Bowles, el escritor que se instaló en Tánger". Los lectores recuerdan la expedición desorbitada de los amantes en El cielo protector.
Hay también narraciones sutiles donde se sienten las tensiones de la vida incluso en lugares de retiro y vacación. Algo similar sucede en la nueva novela de Vlady Kociancich, El secreto de Irina (Tusquets), que transcurre en un resort mexicano. En un escenario de resonancias míticas, Kociancich desarrolla un drama posmoderno de angustia y búsquedas cruzadas. En Bajo este sol tremendo (Anagrama), la novela de Carlos Busqued, una trama perturbadora con ex represores y matones desvencijados se desarrollaba en Chaco. Detrás de las escenas idílicas del verano, se cuecen caldos espesos de violencia latente.
El verano puede ser incluso la época donde se recrea la vida de un escritor, como sucede en la tan original como célebre Verano de J.M. Coetzee, o donde un escritor bloqueado encuentra de improviso una trama atroz, como le pasa al protagonista de Un saco de huesos, la novela de Stephen King. En Verano del odio (Eterna Cadencia), la narradora alemana Chris Kraus narra, mediante el recurso al romance entre dos seres de mundos opuestos, una historia que combina de manera perversa el arte de elite, los estragos del sistema carcelario y el lado oscuro del capitalismo.
Alicia Plante, narradora de novelas policiales donde los policías ocupan un lugar secundario en la resolución de los enigmas, ambientó una trilogía en espacios de recreación: el delta de Tigre, Pinamar, la Reserva Ecológica. En la actualidad escribe una nueva novela, a la que decidió mudar de escenario y estación. "A veces se toman decisiones que afectan todo el relato en función de un detalle secundario -indica-. En el caso de El propio enigma, la novela que estoy terminando, pasó eso. Ocurre en pleno julio, en Italia, con un calor que no aplacan las cumbres nevadas de los Apeninos, visibles a la distancia. Y el detalle secundario era la niña, Anna."
Cumpleaños en la isla, del sello Cienvolando, es la primera novela del narrador (y jardinero) argentino Fernando Garriga. Es una historia de dualidades y desdoblamientos. "Uno de los protagonistas, Jito, a veces puede ver la escena como si fuera la cámara de un dron que flota sobre los protagonistas -cuenta Garriga-. Se ve a sí mismo y a su padre, y toda la isla a la que fueron a festejar, tal como dice el título, un cumpleaños." El mismo delta forma parte de ese desdoblamiento, como suele ocurrir en la narrativa de Haroldo Conti y Enrique Wernicke. En su novela, el presente se retrae hacia un pasado en el que la zona del recuerdo es estival. "La típica situación de placer y relajación en esa misma isla desdoblada en la que el invierno presente se transforma en otra isla llena de sol."
"Supongo que las relaciones entre literatura y verano son muchas y complejas", comenta Leticia Frenkel, autora de la flamante novela Amores mutantes, publicada por Notanpüan. En ella, un grupo de amigos y amigas viven algunos romances cruzados, al modo de una comedia de enredos. "Diría que esos amores suceden en el libro durante todo un año pero, significativamente, se fundan en verano. El cambio abrupto de rutina y la poca ropa han convertido el verano en una suerte de fábrica de generar romances". Hace exactamente cien años, la estadounidense Edith Wharton, amiga y discípula de Henry James, había encarado circunstancias similares en Estío, una de sus mejores novelas juveniles.
"La segunda y tercera parte de la trilogía de Paraná suceden en el verano del litoral argentino -cuenta Pablo Forcinito, autor de Paraná y La orilla de los encantados (Metalúcida)-. Me cuesta imaginarme un litoral fuera de esa estación." En las novelas de Forcinito aparece de refilón un personaje ideado por Pedro Mairal (otro autor argentino que cede al verano) en Una noche con Sabrina Love. "Esa novela de Mairal también transcurre durante el mes de enero", dice Forcinito. En La uruguaya (Emecé), su novela más reciente, Mairal volverá a entrecruzar el tiempo sin tiempo del verano y la posibilidad de una fuga, erótica y económica, de la rutina. ¿No son esos sueños de verano, como sus parientes las ficciones literarias, fantasías que sólo los lectores pueden soñar despiertos?
Daniel Gigena
Diario La Nación, domingo 15 de enero de 2017
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