La antigua sede del archivo bibliográfico, sustituida en 1995 por la François Mitterrand, permite el acceso a sus instalaciones.
El universo de los libros no puede ser infinito. Existe un límite para todas las combinaciones posibles en todos los alfabetos. Por supuesto, pueden imaginarse nuevos alfabetos o repeticiones infinitas de un simple par de signos. Abruma fantasear con este tipo de cálculo. También abruma la realidad. En 2010, Google calculó que existían en el mundo casi 130 millones de libros. En España se editan cada año unos 70.000 títulos. Un buen lector puede leer unos 3.000 tomos a lo largo de su vida y ser cada día, sin embargo, un poco más ignorante en el inabarcable laberinto de las letras.
Las cifras aplastantes de la grafomanía humana no son lo peor que le viene a uno a la mente cuando se coloca al final de la cola. Tiene por delante más de un kilómetro de acera y, a ojo, más de 2.000 personas. La vieja sede de la Biblioteca Nacional de Francia, conocida como Richelieu por una de las calles que la rodean, abrió sus puertas a los franceses el sábado y el domingo. Era una oportunidad única para contemplar salas ya renovadas y otras aún en restauración. Pese al vientecillo gélido y a la lluvia, la ciudadanía guardó horas de cola para descubrir uno de los grandes tesoros de la república.
No se trataba de ver libros, sino arquitectura. El grueso del patrimonio fue trasladado en 1995 a la nueva sede, llamada François Mitterrand pero conocida con la muy descriptiva apelación de Trés Grande Bibliothèque, por tratarse de la mayor del mundo. Cosas de la grandeur. Se trata de un conjunto de edificios en forma de ele, como libros abiertos, a orillas del Sena. Allí están casi todos los 14 millones de tomos, el registro, el material microfilmado y las actividades burocráticas. Pero la antigua biblioteca, cerca de la Bolsa, se quedó con la magia, con los atributos que solemos atribuir al paraíso de los bibliófilos: bóvedas, columnas, maderas nobles, grandes espacios rasgados por rayos de luz. Y con unas cuantas joyas. Citemos, por el momento, sólo un par de ellas: el manuscrito de Los miserables, de Victor Hugo, y el de Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline.
El presidente de la República, François Hollande, inauguró el jueves pasado la renovación de la sala de lectura construida en 1868 por Henri Labrouste. Se trataba del primer tramo de una obra de puesta al día que debería concluir hacia 2020, con un coste total de 250 millones de euros. A Labrouste le gustaban las pompas imperiales (fue el diseñador de la tumba de Napoleón en Les Invalides) y las construcciones metálicas, lo que generó una sala que podría considerarse, de cierta forma, la más hermosa estación ferroviaria del siglo XIX. Sin trenes, pero con mesas y anaqueles. Lo que en su momento debió fascinar por su modernidad embelesa ahora por su ambiente intemporal. Los murales con imágenes de bosques, las cúpulas trenzadas en el techo altísimo, las columnas y los pupitres han renacido perfectos y resplandecientes.
La otra gran sala de lectura es la Oval, iniciada en 1897, acabada en 1932 e inaugurada en 1936. Varios arquitectos trabajaron en ella. El hombre que la concibió, Jean-Louis Pascal, sucesor de Labrouste, logró una luminosidad prodigiosa gracias a un cinturón de claraboyas en torno a una gran claraboya cenital. La Sala Oval está todavía en obras. A causa de las estrecheces presupuestarias, porque Francia ya no es tan rica como cuando Mitterrand ordenó construir la biblioteca más grande del mundo, y en parte también para fomentar la participación privada, en octubre pasado se lanzó una petición de donativos. Cada donante puede grabar su nombre en una lámpara (mil euros), en una mesa (2.000 euros), en una de las ciudades cuyos nombres bordean la cúpula como faros de la cultura humana (son París, Bizancio, Washington, Florencia, Nínive, Atenas, Berlín, Alejandría, Londres, Babilonia, Viena, Tebas, Roma, Cartago, Pekín y Jerusalén, cada una a 5.000 euros), o en una de las columnas (6.000 euros). La suscripción está casi cubierta, pero aún queda alguna cosa para quien esté dispuesto a comprar una plaquita de inmortalidad.
La biblioteca no volverá a abrirse al público, al menos hasta 2020. Centenares de personas, después de congelarse en la cola kilométrica, volvieron a hacer cola el domingo en el interior caldeado para abonarse a la biblioteca y poder visitarla cuando les apeteciera. Los andamios permanecerán una larga temporada, pero también seguirán ahí unos veinte millones de documentos maravillosos. Sin contar el sector cartográfico, uno de los más ricos del planeta, y el sector de artes gráficas, la Richelieu guarda el papiro Prisse, de hace 40 siglos, considerado el libro más antiguo del mundo; la gran moneda de oro de Eucrátides; decenas de biblias incunables, tronos merovingios, joyas y una insuperable colección de manuscritos: desde los Pensamientos de Pascal al Justine del marqués de Sade, desde los libros anotados de Voltaire a La cartuja de Parma de Stendhal; desde partituras de Bach y Beethoven a La educación sentimental de Flaubert.
Algunos datos
El proyecto: El conjunto reunirá en 58.000 metros cuadrados (35.000 corresponden a la biblioteca) más de 20 millones de piezas. Reunirá más de 10.000 libros medievales iluminados y piezas tan exclusivas como el papiro Prisse, fechado el 2.350 a.C. Una de las mayores atracciones serán los 150.000 volúmenes de la Escuela Nacional de Chartes.
Sala 'Labrouste': La estancia consta de 1.150 metros cuadrados, 9 cúpulas, 16 columnas de 10 metros y 400 plazas. Acoge 1.700.000 mil documentos -150.000 en acceso libre-, en 20 kilómetros de estantes.
Enric González
Diario el Mundo, Madrid.
CONVERSATION