El Premio Nobel de Literatura para Bob Dylan hizo chiquito al premio, empequeñeció sus fines y es una bofetada a la lectura, a la concentración, al esfuerzo de adentrarse en la complejidad de la literatura que no busca la inmediatez. Es un premio facilón para los que no leen, para el populismo de las redes sociales. La excusa de la Academia de que es un “poeta” no tiene sustento después de que escritores como T.S. Eliot han recibido ese premio, todo lo que ha escrito este cantante sumado no alcanza la inteligencia de uno sólo de los poemas de T. S. Eliot. A nivel musical sucede lo mismo, el discurso y la profundidad de músicos contemporáneos como Arvo Part o Zbigniew Preisner, ni siquiera hay nivel para compararlos, esto si se trata de ver el peso del cantante en el arte actual. Dylan es popular, esa es su mayor virtud, es un rebelde políticamente correcto, que le canta al Papa, con letras de tarjeta de felicitación. Fácil de oír, no mete en problemas al sistema, en su elección es fundamental que hace sentir “inteligentes” a sus fans, es como decirles: “mira sí tienes algo de cultura, lo que oyes mientras manejas es literatura real”, por eso la exultante alegría de las redes.
Avelina Lesper
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