de Juan Rodolfo Wilcock
(La Bestia Equilátera, Buenos Aires, 2015, 256 páginas)
Wilcock (J. R. para sus admiradores), que nació en Buenos Aires en 1919 y se radicó en 1957 en Italia donde falleció en 1978, opinó que trabajaba “corrigiendo textos mediocres, escritos por mí”. Integró el círculo aúlico de la revista Sur (fue amigo de Borges, Bioy Casares y sobre todo de Silvina Ocampo) formando parte de la famosa Antología de la literatura fantástica, pero en general es poco conocido por el lector argentino: él mismo ambicionó ser olvidado.
Su prosa es exquisita, de suma perfección, propia de un orfebre de la palabra, virtudes que se aprecian especialmente en dos de los cuentos de esta antología: el que da título al libro y “La fiesta de los enanos”. El protagonista del primero –casi un monstruo: le falta un ojo, del otro es bizco, además de ser sordo, epiléptico, paralítico y desdentado – se dedica a la especulación filosófica porque quiere averiguar “¿cuál es el verdadero sentido y cuál la finalidad del universo?”. En el recorrido por una ciudad en su silla de ruedas ayudado por dos lacayos, sufre una calamidad de agresiones y vejaciones por parte de la multitud, además de caer al mar y padecer el ataque de cangrejos y águilas marinas. Sin embargo, abundan las observaciones humorísticas e irónicas, que desembocan en el escepticismo (“Todos los caminos eran buenos, puesto que la sola realidad era el caos, o su equivalente la nada, y a la nada, tarde o temprano, llegaremos todos.”).
“La fiesta de los enanos” tiene lugar en una casa, cuyos moradores no participan de la cotidianeidad sino que se aislan rigiéndose de acuerdo a un código propio. La narración, tras su aparente inocencia, emite un aire siniestro, en el que el autor despliega una imaginación alocada y desbordante, que desemboca en un final atroz.
En una comunidad de inmigrantes españoles de San Rafael (Mendoza) se plantea un amor imposible entre el joven contador de un olivar cooperativo y una mujer atractiva (“La engañosa”), que desprovista de ropas comienza a mostrar su nefasta anormalidad.
La perversión, el sadismo y la crueldad están presentes en la totalidad del volumen, como se puede apreciar en “Vulcano”, que narra cómo un guardián tortura sin piedad a un esclavo, o en la abyecta desolación y abandono en que cae la mansión de “La casa”.
A la par de su cultura y refinamiento, también Wilcock era excéntrico y estrafalario, como surge de “Casandra”, en donde la famosa diosa –que según este relato antes fue mendiga – es una demente cuyas profecías se basan en caprichos desconcertantes y totalmente arbitrarios, o en “El templo de la verdad”, pleno de dibujos incongruentes.
Otra faceta de Wilcock es su antiperonismo visceral. “Felicidad” se centra en un festejo de carnaval que culmina con la quema en la hoguera de un opositor al Partido Justicialista.
Fue traductor y escribió poesía, teatro y novelas. De su narrativa se destacan El estereoscopio de los solitarios, El ingeniero y La sinagoga de los iconoclastas.
Germán Cáceres
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