de Gabriela Inés Casañas
(Editorial Dunken, Buenos Aires, 2015, 64 páginas)
En “Palabras de la autora” se lee: “… he intentado expresar las emociones de la mujer; una concatenación a través de los tiempos en: amor y muerte, sarcasmo y miedo, belleza y desencanto”.
Se está ante una selección de once cuentos. “Caña de azúcar” relata con agudeza el desgano y el escepticismo que padece una mujer durante un sábado, en el cual no puede llenar su vacío afectivo ni escapar a su soledad.
Esta sensación de desaliento es un leitmotiv que se repite en el libro no obstante la variedad de personajes y de situaciones. En este aspecto, como opina Marita Rodríguez-Cazaux en su blog: “Otro punto destacable en su narrativa, es su agudeza para crear y recrear el elenco humano y sus itinerarios”. Por ejemplo, en “Mails de Eva”-una evidente catarsis personal-, la protagonista desnuda su insatisfacción ante la vida, que considera incolora e insulsa. “Desde el balcón” describe un estado de ánimo gozoso mediante una algarabía de colores, pero en cierta manera advierte que están acechando “…el hastío, lo superfluo, la apatía y el engaño”.
Al final de cada historia hay una cita de la novela Desgracia, de J.M. Coetzee. Tal vez la que más capta el espíritu del texto es aquella que figura en “Premio para todos”: “en el adulterio; el tedio del matrimonio redescubierto”. En este cuento, Gabriela Inés Casañas enumera una serie de tremendas frases misóginas que se atribuyen a Nietzsche, Schopenhauer, Freud, Dostoievski, Buda y Oscar Wilde.
“Paco de amor” se centra en el drama de la amante del hombre casado, su lugar secundario y provisorio que la lleva a la frustración. Además, la colección exhibe una visión pesimista del matrimonio, que cobra un desarrollo patético en “Nada malo podía suceder” y ridículo en “Matrimonio perfecto”.
Asimismo, en distintos cuentos surgen otros temas: un audaz diálogo entre muertos (“La abuela y yo”); una epifanía en donde aparecen la madre y la hermana protectoras (“Presencias”); y el kafkiano “La trampa”, pleno de opresión y de angustia.
Pese a tanto desaliento, Casañas no puede evitar que asome en su fuero íntimo una fuerte cuota de optimismo y, así, en “El regreso”, se expone: “Siempre pensé que la vida no debe ser juzgada, sino amada y comprendida. Gozada y sufrida. Hay que saborear lo aprendido en la decepción, para que sean alegrías en otros momentos o en otras personas. Solo así, lo que devenga después tendrá un sentido”.
La escritora había demostrado ser una excelente novelista con La Libertad de Oudine (2008) y Semen (2013). Ahora, en Mujer sin maquillaje se revela también como una notable cuentista.
Germán Cáceres
CONVERSATION