de Irma Verolín
(Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2015, 80 páginas)
Es el regreso de Irma Verolín a la poesía, que en 1988 había abandonado por la narrativa. Como declara en el prólogo, esa decisión “se me impuso de madrugada”, confesión que evoca la frase del comienzo del filme La hora del lobo (1968), de Ingmar Bergman: “es el momento (…) cuando los fantasmas y los demonios son más poderosos…”
El libro se divide en cinco partes, la primera titulada “Habitación”. Su poesía es sencilla y llana, sin virtuosismos ni alardes, pero en su núcleo abundan imágenes tan rutinarias como bellas (“ojos abismados y ningún resplandor que vacíe/ el profundo contenido del principio de la noche.”) Como se afirma en el nombrado prólogo, una narración –en este caso la convalecencia y el posterior fallecimiento de su madre- que se transforma en versos, como si fuera una exigencia exterior.
Cuando la poeta se pregunta “Qué es morir”, con inusitado candor e inspiración responde: “Irse a lugares donde los ecos de las voces se copian/ en una interminable secuencia/ y no hay quién escuche”.
Verolin revela que tiene la sensación de que los poemas se los ha dictado tal vez la voz interior de su madre o alguno de los duendes que pueblan las primeras horas del día. En esta parte abundan sus reflexiones sobre nuestro desenlace final y no escatima imágenes insólitas ni la meditación constante:”La muerte es una caja que se abre desde adentro/ hay que hacer mucha fuerza con el cuerpo/ con los pensamientos/ para que por fin se abra.”
Un tono melancólico predomina en “Antes”, su segunda parte. Esta modulación y el tema de la muerte, tan presente en “Habitación”, no constituyen impedimentos para que un poema, “La licuadora”, ensalce con gracia y sabiduría ese artefacto doméstico. Luego, en un tono juguetón trata sucesos cotidianos como la escuela, una simple compra de zapatos y otros recuerdos de su infancia. Es una zona autobiográfica, que a tramos se torna dolorosa.
En la tercera parte, “Hospital”, sostiene que “el tiempo/ ha dejado de transcurrir aquí/ las palabras molestan”. En suma, expresa el sufrimiento y la angustia que soportan los pacientes.
“Después” presenta páginas enteras en prosa donde enfrenta el duelo: “yo visito hasta el cansancio la muerte de mi madre: / un acontecimiento de relámpagos y escapatorias/ su cuerpo es testigo y protagonista, / también mis ojos”.
Por último, “Descendiendo la áspera escalera” se asume como un capítulo en prosa sensible y profundo que discurre sobre el dilema de la existencia y su implacable finitud (“Es tan larga esta escalera que hace montones de años que las dos la venimos bajando.”)
Irma Verolín ha publicado cuatro libros de cuentos: Hay una nena que gira, La escalera en el patio gris, Una luz que encandila y Una foto de Einstein tocando el violín; dos novelas: El puño del tiempo y El camino de los viajeros, y varios libros de literatura juvenil, como La gata sobre el teclado, La lluvia sobre el mundo, El misterio del loro y El ferretero del tornillo perdido. Obtuvo muchas distinciones, entre ellas el Primer Premio Internacional de Novela Mercosur, el Premio Fondo Nacional de las Artes 1987, el Premio Emecé 1993-94 y el Primer Premio Municipal de Novela Eduardo Mallea.
Germán Cáceres
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