de Daniel Lopes
(Colisión Libros, Buenos Aires, 2013, 104 páginas)
Es una colección de ocho cuentos, y uno ellos, el más extenso, le da título al libro. Agosto es el caprichoso nombre de una perra, que un amigo le regala a Juan, el protagonista. La mayoría de sus personajes parecen encaminarse inexorablemente hacia la delincuencia. Es un relato bastante dialogado que transcurre en una ciudad que cuenta con una playa. Las charlas abundan en reflexiones (“…dice que la costumbre es un látigo invisible”) en torno a la sensación de que la muerte se cierne sobre los seres humanos: “Todo eso que llamamos nuestra vida es una fantasía. La única realidad – Mosquera da dos palmadas en el pecho del cadáver antes de terminar la frase- son los muertos”. En las descripciones de Daniel Lopes abundan las imágenes originales: “El sol parece un fantasma colado en una foto del cielo”. Su prosa es ágil y suelta; a veces se manifiesta cortante –casi de agenda- y otras se asume tumultuosa.
En “Visitas”, “La nada y las estrellas” y “Partículas lunares se reflejan en la ruta”, las narraciones adquieren una dosis hermética, con asociaciones propias del surrealismo. Funcionan como juegos de espejos, de fotogramas que se suceden y se mezclan, al estilo de las películas de Jean Cocteau y del período vanguardista de René Clair, o de Hace un año en Marienbad, cuyo guión lo escribió el novelista Alain Robbe-Grillett.
“Cargas generales” se centra en el perfil psicológico de Crespi, un camionero cuya profesión de conducir por rutas le anula la capacidad de pensar (“Nunca le pasaba lo que quería, las cosas le pasaban y punto, según él)”.
Fresco, espontáneo y lleno de vitalidad es el cuento “El Nando”, en el cual el personaje se muestra como un tipo conflictivo, con problemas de conducta y de madurez, pero a la vez resulta muy querible. Un inesperado fenómeno paranormal en un acto de un centro barrial crea un tenso suspenso en “Pasar al acto”. Por último, “Ocurrencia” tiene apenas dos páginas y finaliza con una sorpresa que bien puede también entenderse como una ocurrencia del autor.
Agosto y otros perros exhibe una escritura y un oficio difíciles de encontrar en un primer libro. Por eso es lícito reclamarle a Daniel Lopes que pronto gratifique al lector con un segundo.
Germán Cáceres
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