de Alicia Pastore
(Tahiel ediciones, Buenos Aires, 2013, 90 páginas)
Hugo Toscadaray en el notable texto de la contratapa afirma que éste “es un libro de la madurez, pero de una madurez apasionada, no exenta de equilibrismo en el desfiladero, no ajena al baile casi fatal junto al abismo”. Es que en este poemario firme y contundente la vida sería un simple intervalo entre la nada y la muerte ineludible (o sea, otra vez la nada). En ella hay dolor, llaga en el alma solitaria (”que le hurgue la pena, /que rasgue a lo ancho /su impronta /que hunda su diente de vampiro /hasta el hueso”), porque en sus versos subyace el rechazo ante el horror inexorable que el hombre finalmente debe enfrentar.
La sutil poesía de Alicia Pastore exhibe su fina sensibilidad, que rechaza las expresiones directas o explícitas, y opta por alusiones sesgadas (“los trenes van /y nunca regresan /en el último /partí hace tiempo…”) En su llanto desgarrado, pero pleno de belleza, anida un sentimiento trágico de la vida.
Refleja, además, el martirio del insomne que, mientras se debate en las tinieblas, “un punto de fuga /lo sorprende al alba, /se parece a la muerte…”
Por una suerte de sinestesia de rayo en fiesta evoca la angustia del célebre cuadro El grito (1893), de Edward Munch.
En “la palabra” se manifiesta una suerte de veneración a la potencia y a la carga metafísica de la misma, en tanto “en obscenidades”, se aloja una serena sensualidad.
Se está ante un libro en el cual la desolación y el hastío existencial dan paso a una poesía de indudable calidad.
Germán Cáceres
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