F Cámara Gesell - Carlos Sánchez Viamonte

Cámara Gesell

de Guillermo Saccomanno
(Planeta, Buenos Aires, 2012, 552 páginas)



Esta novela acaba de ganar el Premio Dashiell Hammett en la Semana Negra de Gijón. El autor lo mereció también por 77, y el Premio Rodolfo Walsh por Un Maestro. Otros importantes logros de Saccomanno fueron el Primer Premio Municipal de Cuento, el Nacional de Novela, el de la Revista Crisis de Narrativa Latinoamericana, el Club de los XIII y el Biblioteca Breve Seix Barral.

El libro define así la creación del psicólogo y pediatra estadounidense Arnold Lucius Gesell (1880-1961): “La Cámara Gesell consiste en dos habitaciones con una pared divisoria en la que un espejo unidireccional de gran tamaño permite ver lo que ocurre en una de ellas desde la otra, pero no al revés (…) Su utilización es frecuente en la observación de sospechosos durante un interrogatorio y también en la preservación del anonimatos de testigos”. Y añade que “fue concebida como domo para observar la conducta en niños sin que sean perturbados”.

Como si la estudiara mediante ese instrumento, Saccomanno describe a Villa Gesell (en la que reside hace años) como un hervidero de pedófilos, policías corruptos, violadores, drogadictos, ladrones, asesino, borrachos, gente que muere de hambre y frío, y otra que padece SIDA y se suicida.

Los habitantes apelan a la mentira en todo momento, es su canal de comunicación, su lengua y su habla. Además, la chismografía pueblerina es ya un vicio patológico: “Acá siempre te están mirando. Esa persiana se subió unos centímetros, esa cortina se ha movido, alguien acecha detrás de esa ligustrina. Estás vigilado. Siempre”.

Asimismo es una sociedad discriminatoria, y uno de sus personajes opina: “A los cabezas no hay que mandarlos a la escuela. A cámaras de gas hay que mandarlos”; y otro: "Porque los bolitas eran bichos. Y los bichos estaban de más en la Villa”.

Parece que hay pruebas irrefutables de que desde su nacimiento la Villa se nutrió de nazis y antisemitismo: “Dicen que para probar que no eran racistas los alemanes trajeron muchos judíos (,,,) Y yo les digo, como me enseño papá, que no se crean que los alemanes eran Schlinder: les era más confiable un judío porque era rubio antes que un cabecita”. Y se habla de su implicación en el Proceso (“En el cementerio, al fondo, bajo unos álamos, dicen que están enterrados los difuntos que traía el mar en la época de los milicos”).

Constantemente la narración destaca la palpable contradicción entre la bella naturaleza, casi mística en su esplendor, y el horror infernal en que se ha convertido la Villa.

El verano, o sea la temporada turística, es esperado como portador de la felicidad, el premio al espanto y la desolación sufridos durante el invierno.

En sí la novela es más que un muestrario sobre Villa Gesell, pues no sólo es un compendio de la Argentina, sino del mundo: en esencia trasmite un hondo escepticismo sobre la condición humana. Es literatura política en el más alto sentido, pues no emite mensaje ni se plantea soluciones, sino sólo intenta mostrar la abyección que brota en una sociedad injusta que no funciona nada bien.

Saccomanno demuestra poseer un oficio superlativo y una prosa seca, sin adornos, como si fuera el guión de un filme documental austero y despojado. Esa escritura es propensa a bifurcarse tanto en párrafos largos como en cortos, y en enumeraciones descriptivas que dan cuenta de la marginalidad de la periferia de la Villa. La novela está compuesta por brevísimos capítulos, como si fueran apuntes espontáneos, y es, en cierto modo, épica y coral, porque representa las voces de todos los habitantes del pueblo que se van turnando en el relato.

En la entrevista que realizó Silvina Friera para Clarín (13/7/2013), Saccomanno reconoce que “El gran padre de lo que hice es William Faulkner. El sueño de todo escritor es crear un pueblo y que sus personajes tengan entidad autónoma, ver cómo se mueven en esa colmena, en ese infierno grande que es un pueblo chico”.

Germán Cáceres

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