de Paulina Movsichoff
(Alción Editora, Córdoba, 2012, 188 páginas)
A Rosario Castellanos (Ciudad México, 1925-Tel Aviv, 1974) un periodista le preguntó qué le hubiera gustado ser sino hubiera sido escritora, y ella contestó: “Personaje de una novela”.
Ese anhelo lo concreta Paulina Movsichoff en este estupendo libro, cuyo título es la definición que da de la palabra la consagrada y admirada poeta, narradora, dramaturga y ensayista mexicana -lamentablemente muy poco conocida en la Argentina-, que fue, además, catedrática, promotora cultural y embajadora de su país en Israel. Un importante premio lleva su nombre, que en 2010 se le concedió a Elena Poniatowska.
Uno de los tantos logros de la novela es haber captado esa inmensa pasión por las letras que alimentaba el alma torturada de Castellanos (“Reconoces que es cierto, que nunca dejaste de escribir, desde aquella vez en Chiapas, en que te miraste al espejo y no había nadie”). La novela reproduce poesías de la biografiada, que permiten apreciar su mundo creativo, tan bello y particular. Su desdichada existencia fue desbordada por la insatisfacción –llegó a intentar suicidarse-, que pudo sobrellevar gracias a esa entrega literaria. Porque sufrió en carne propia la violenta agresión que padece la mujer en México, y desde pequeña le fue inculcado un sometimiento absoluto hacia el hombre. De allí su desgraciado y casi enfermizo amor por Ricardo Guerra, quien no se cansó de humillarla. Además, como toda mexicana de su generación, idealizaba excesivamente la relación de pareja.
La historia que propone Movsichoff no es lineal, sino que a manera de fogonazos – y utilizando la primera, la segunda y la tercera personas- va contando, sin seguir un orden cronológico, vida y obra de esta excepcional escritora. Su prosa, serena y fluida, transmite con exquisitas imágenes y un inspirado pulso poético la introspección que imagina en Rosario Castellanos: “Tal vez te preguntaras cuál fue el Suceso, ese que te arrojaría en el mar proceloso de la soledad”.
Más allá de desplegar sus magníficas dotes narrativas, la autora demuestra haber realizado una ardua investigación sobre la trayectoria de la poeta, y señala que fue defensora de los derechos de los indígenas (trabajó en el Instituto Nacional Indigenista) y de la mujer (“no es el indio el último eslabón de la sociedad, sino la india”). En uno de los tramos la protagonista es entrevistada, un recurso que utiliza Movsichoff inteligentemente para suministrar con precisión datos bibliográficos, como la cita de varias de sus novelas (Balún Canán, Oficio de Tinieblas), la pieza de teatro El eterno femenino, y parte de su obra poética (Trayectoria del polvo, Apuntes para una declaración de fe y De la vigilia estéril).
La autora domina el habla popular de México –donde residió varios años-, lo cual otorga al texto convicción y verosimilitud. Por Fuegos encontrados recibió el Premio Juan Rulfo en México para Primera Novela 1981 y el Premio Círculo de Lectores 1985 en Buenos Aires, y por Las fábulas del viento el Segundo Premio Municipal de Novela 1986-1987. El arca de la memoria es otra de sus brillantes obras en su reconocida carrera literaria.
Ese anhelo lo concreta Paulina Movsichoff en este estupendo libro, cuyo título es la definición que da de la palabra la consagrada y admirada poeta, narradora, dramaturga y ensayista mexicana -lamentablemente muy poco conocida en la Argentina-, que fue, además, catedrática, promotora cultural y embajadora de su país en Israel. Un importante premio lleva su nombre, que en 2010 se le concedió a Elena Poniatowska.
Uno de los tantos logros de la novela es haber captado esa inmensa pasión por las letras que alimentaba el alma torturada de Castellanos (“Reconoces que es cierto, que nunca dejaste de escribir, desde aquella vez en Chiapas, en que te miraste al espejo y no había nadie”). La novela reproduce poesías de la biografiada, que permiten apreciar su mundo creativo, tan bello y particular. Su desdichada existencia fue desbordada por la insatisfacción –llegó a intentar suicidarse-, que pudo sobrellevar gracias a esa entrega literaria. Porque sufrió en carne propia la violenta agresión que padece la mujer en México, y desde pequeña le fue inculcado un sometimiento absoluto hacia el hombre. De allí su desgraciado y casi enfermizo amor por Ricardo Guerra, quien no se cansó de humillarla. Además, como toda mexicana de su generación, idealizaba excesivamente la relación de pareja.
La historia que propone Movsichoff no es lineal, sino que a manera de fogonazos – y utilizando la primera, la segunda y la tercera personas- va contando, sin seguir un orden cronológico, vida y obra de esta excepcional escritora. Su prosa, serena y fluida, transmite con exquisitas imágenes y un inspirado pulso poético la introspección que imagina en Rosario Castellanos: “Tal vez te preguntaras cuál fue el Suceso, ese que te arrojaría en el mar proceloso de la soledad”.
Más allá de desplegar sus magníficas dotes narrativas, la autora demuestra haber realizado una ardua investigación sobre la trayectoria de la poeta, y señala que fue defensora de los derechos de los indígenas (trabajó en el Instituto Nacional Indigenista) y de la mujer (“no es el indio el último eslabón de la sociedad, sino la india”). En uno de los tramos la protagonista es entrevistada, un recurso que utiliza Movsichoff inteligentemente para suministrar con precisión datos bibliográficos, como la cita de varias de sus novelas (Balún Canán, Oficio de Tinieblas), la pieza de teatro El eterno femenino, y parte de su obra poética (Trayectoria del polvo, Apuntes para una declaración de fe y De la vigilia estéril).
La autora domina el habla popular de México –donde residió varios años-, lo cual otorga al texto convicción y verosimilitud. Por Fuegos encontrados recibió el Premio Juan Rulfo en México para Primera Novela 1981 y el Premio Círculo de Lectores 1985 en Buenos Aires, y por Las fábulas del viento el Segundo Premio Municipal de Novela 1986-1987. El arca de la memoria es otra de sus brillantes obras en su reconocida carrera literaria.
Germán Cáceres
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