de James Ellroy
(Mondadori, Barcelona, 2011, 232 páginas)
A la caza de la mujer se inicia con un breve pero emotivo prólogo de Ellroy: “Para que las mujeres me amen”. Se trata de un libro de memorias, pero está estructurado como una novela, de modo que se lee con ese placer tan especial que brinda la narrativa.
Cuando tenía apenas diez años, Jean Hilliker, su madre, que acababa de separarse, fue asesinada, y desde entonces el escritor soporta una Maldición cargada de culpa dado que poco antes le deseó la muerte porque lo abofeteó al optar él por irse a vivir con su padre.
El autor sigue fiel a su estilo filoso como una navaja, con párrafos cortos que parecen apuntes (Rodrigo Fresán lo define como una “prosa de ametralladora”). Escribe con énfasis y frenesí, a borbotones, aparentemente sobrepasado por la asociación de idean y de recuerdos. Hasta parece desordenado, en estado de exaltación, como si no pudiera parar de escribir. Él define así su escritura: “Un estilo abreviado que forzaría a los lectores a inyectarse el libro a mi propio ritmo acelerado”. Es como si en sus determinaciones y en su conducta tratara de escribir una ficción, es decir que enfoca su vida a la manera de una Gran Novela. Los traductores Montserrat Gurguí y Hernán Sabaté han realizado un trabajo magnífico al superar las dificultades que presentaba el texto.
Hasta el momento de terminar esta autobiografía (alrededor de junio de 2010), la existencia de James Ellroy (Los Ángeles, 1948) ha sido muy tortuosa. De chico su actitud de voyeur fogoneaba su fantasía y lo hacía caer en un alocado fetichismo. Frecuentó la droga y el alcohol, la masturbación, llevó a cabo pequeños robos, sufrió reclusiones en cárceles y cometió allanamientos de viviendas para espiar prendas femeninas. Su obsesión fueron las mujeres, en cierto sentido la búsqueda de Ella, su madre asesinada. En última instancia se trata de un patético solitario que sólo reclama ternura y frecuenta prostitutas con el único fin de mantener una mínima charla. Su vida amorosa es prácticamente imaginaria y a veces hasta romántica y soñadora: “Sabía que nuestras cabezas y nuestros corazones nos transportarían por todo el sistema solar”.
Resulta subyugante cómo esos fugaces encuentros con mujeres inspiraron sus notables narraciones policiales, que merecieron premios y entusiastas reconocimientos (América, Mis rincones oscuros, Seis de los grandes). Varias de ellas fueron llevadas al cine, siendo las más famosas La dalia negra, que dirigió Brian de Palma en 2006, y L.A. Confidential, que dirigió Curtis Hanson en 1997 y se conoció en el país con el título de Los Ángeles al desnudo.
Ellroy no resulta ser una persona simpática debido a su declarada ideología reaccionaria y a su insoportable arrogancia (“Quería que los lectores supieran que yo era superior a todos los demás escritores”), pero su desmedida hipocondría y los terribles ataques neuróticos que padeció (“Pensé que me pegaría un tiro durmiendo”) no pueden menos que provocar la compasión del lector.
A lo largo del libro el escritor manifiesta tanto su incondicional amor por la denominada música clásica como su idolatría por Beethoven.
Según el último capítulo de A la caza de la mujer, Ellroy encontró en Erika Schickel –a la que dedica el libro- el amor de su vida, pero el lector tiene derecho a preguntarse cuánto durará (él tiene en su haber dos divorcios). Claro que ambos entonces ya llevaban diez meses juntos, y con cierto optimismo podría decirse que ese período de felicidad es suficiente para que la vida valga la pena. Además, siempre Ellroy mantuvo su fe a prueba de balas: "Tu mundo interior te proporcionará lo que desees y lo que necesites para sobrevivir"/"La fuente de mi voluntad era y es la capacidad de explotar el infortunio".
Germán Cáceres
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