En las tablas libertarias
“Experiencias de teatro anarquista en Argentina a lo largo del siglo XX”
Edición y compilación de Lorena Verzero sobre textos de Carlos Fos
(Atuel, Buenos Aires, 2011, 216 páginas)
En “Hacia una historia material de las prácticas teatrales anarquistas”, la doctora en Historia y Teoría de las Artes Lorena Verzero (Buenos Aires, 1976) expone con agudeza analítica los lineamientos de este original ensayo del antropólogo Carlos Fos (La Falda, Córdoba, 1961), que profundiza a través de diez capítulos el fenómeno escénico con una visión nueva y visceralmente ácrata. La escritora los examina con sagacidad y aclara que el género en el país tiene una “existencia reciente: no más de doscientos años de historia del teatro y no más de cien de un sistema teatral consolidado”, y que el camino que propone el autor empieza con las oleadas inmigratorias de fines del siglo XIX y comienzos del XX y culmina en 1969 con el Cordobazo. Con certeros conceptos puntualiza que la historia no es concebida por Fos como un pasado clausurado, sino como “un espacio-tiempo siempre abierto y disponible para ser construido”, y cita el pensamiento de Walter Benjamín acerca del tema. Señala que el autor ha acometido un trabajo ciclópeo en su búsqueda de materiales, utilizando como herramienta fundamental la tradición oral. Destaca, asimismo, la importancia que otorgaron los anarquistas a la enseñanza y educación populares y remarca que “Como todas las actividades culturales libertarias, la teatral se supeditaba al objetivo revolucionario”. Y apunta que “Éste es el primer libro publicado en Argentina que aborda sistemáticamente la producción teatral ácrata”.
El versado antropólogo muestra en uno de los capítulos a un personaje -creado por el inmigrante alemán Kurt Welk- que defiende el falansterio con vehemencia y -aunque tal vez pueda cuestionarse la teatralidad de su discurso- con rigor intelectual. Y más adelante hace hincapié en un principio básico que orientó su investigación: “El anarquista rechaza el concepto de autoridad, dando absoluta prioridad al juicio individual”.
El tratamiento de la figura del titiritero Sansiez es subyugante, dado que el ensayista aprovecha para rescatar el arte de los títeres, tan dejado de lado en los espectáculos como en los estudios teatrales. Los monólogos del doctor Saturnino Sinomiento son ejemplos de lucidez ideológica en su afán de soñar con una sociedad igualitaria a la que no considera utópica. Sus alegatos se erigen en piezas de brillante oratoria política. Resulta emocionante que este abogado de ficción despertara tanta adhesión y entusiasmo que circuló una leyenda sobre su existencia real. Carlos Fos despliega el ideario anarquista con solvencia intelectual y aporta la franqueza de sus convicciones humanistas. Como ya lo señaló Verzero, la labor del autor no sólo deslumbra por su sabiduría en el empleo de los instrumentos de análisis, sino por su recurrencia a la oralidad, y realiza una proeza arqueológica rescatando los testimonios de personas que disfrutaron la experiencia del teatro ácrata. Así, es encomiable el rastreo que realiza de payadores que difundieron ideales de libertad (“Y no prometo jardines/ sino trinchera y tormento/ y una guerra a largo aliento/ para conseguir nuestros fines”), cuya lírica se encauzó más hacia el canto que al dúo entre dos rivales.
También es conmovedora la descripción de los patrones de enseñanza: “Los libertarios bregaban por una escuela que fuese propicia para el disfrute, en las que los gustos de los que la habitaban reinaran sobre programas previos y en las que el arte se manifestara como herramienta destacada en la formación individual en beneficio del colectivo”. Existe toda una corriente pedagógica de las escuelas o talleres racionalistas, dentro de la cual el teatro era una herramienta de propagación de ideas. Fos hace mención especial de los llamados maestros multiplicadores, que lucharon por una educación no convencional y ajena a los intereses de los grupos de poder.
Otro hallazgo lo constituyen los soliloquios del soldado Lococo. Sus prédicas contra el nacionalismo y las guerras que provoca son realmente reveladoras: “Pero la masa obrera, aún la más disciplinada, está a merced del patriotismo que se enarbola ante un conflicto bélico”/ “No hay enemigos en la clase obrera; las fronteras son líneas que surgieron hace siglos por el puño de hierro de un ladrón transformado en ´noble´”.
Estos parlamentos marcan en todo momento su rechazo al sindicalismo reformista. Afirma un personaje: “Su error es imaginarse que, por etapas sucesivas, de pequeños provechos en conquistas secundarias, está con fuerzas para hacer la economía de una revolución y que estas victorias totalizadas llevarán a la transformación social”.
Fos en varias páginas hace referencia a la estética ácrata: “El teatro burgués, determinado por la estructura económica, dependía del consumo. (...) El teatro libertario intentaba emanciparse de esta perversa lógica comercial para crear productos culturales determinados por el contenido social e ideológico”. En su concepción dramática primaba el aspecto propagandístico del arte como visión del mundo por sobre la belleza formal. Y entiende que pese a sus falencias (entre ellas la reiteración de sus planteos y expresiones), hay en estas obras –en su mayoría monólogos- una fuerza, un aliento de nobleza y dignidad provenientes de su sinceridad revolucionaria.
Como ocurrió en otras circunstancias históricas similares, los inmigrantes que lograron una sólida posición económica se alinearon con el poder dominante y condenaron enérgicamente a los inmigrantes pobres y a sus ideas políticas.
La valoración de Florencio Sánchez es muy controvertida dentro del movimiento libertario, pues muchos militantes –con un espíritu integrador- entienden que sus obras, a pesar de no enrolarse totalmente en la estética ácrata, son inconformistas y, por tanto, dignas de representarse. Otros anarquistas lo consideran un escritor a sueldo y de ideas reformistas. Carlos Fos alaba la calidad de su producción, como también su conducta ética, que denunció los abusos y las persecuciones que padecían los sectores humildes.
Como hecho que se podría tildar de exótico, el 1 de mayo de 1920 se representó una versión de El Quijote en la cual se transformaba no sólo en un héroe libertario sino, además, femenino: “Algunos miran a esta mujer guerrera con desconfianza, pensando que perdió su cordura en su camino; claro soy doblemente peligrosa como luchadora del Ideal y como mujer”.
Respecto a los conceptos pedagógicos que planteó Perón en sus alocuciones, Fos opina que “Ya nada queda de una educación horizontal o del proceso revolucionario que la misma crea”.
Cita a dos libertarios que procedían de México, Arnaldo Juster y Justo Müller, como participantes del épico Cordobazo.
Hacia el final del libro afirma: “Considerar al teatro libertario como sustrato del teatro comunitario moderno es una concepción audaz pero con sólido fundamento teórico (...) puentes que reúnen al inmigrante acólito de ayer con el murguero de hoy”.
En las tablas libertarias es un libro de insoslayable lectura tanto para los amantes del teatro como para los que creen firmemente en la posibilidad de alcanzar un mundo más justo.
Germán Cáceres
Edición y compilación de Lorena Verzero sobre textos de Carlos Fos
(Atuel, Buenos Aires, 2011, 216 páginas)
En “Hacia una historia material de las prácticas teatrales anarquistas”, la doctora en Historia y Teoría de las Artes Lorena Verzero (Buenos Aires, 1976) expone con agudeza analítica los lineamientos de este original ensayo del antropólogo Carlos Fos (La Falda, Córdoba, 1961), que profundiza a través de diez capítulos el fenómeno escénico con una visión nueva y visceralmente ácrata. La escritora los examina con sagacidad y aclara que el género en el país tiene una “existencia reciente: no más de doscientos años de historia del teatro y no más de cien de un sistema teatral consolidado”, y que el camino que propone el autor empieza con las oleadas inmigratorias de fines del siglo XIX y comienzos del XX y culmina en 1969 con el Cordobazo. Con certeros conceptos puntualiza que la historia no es concebida por Fos como un pasado clausurado, sino como “un espacio-tiempo siempre abierto y disponible para ser construido”, y cita el pensamiento de Walter Benjamín acerca del tema. Señala que el autor ha acometido un trabajo ciclópeo en su búsqueda de materiales, utilizando como herramienta fundamental la tradición oral. Destaca, asimismo, la importancia que otorgaron los anarquistas a la enseñanza y educación populares y remarca que “Como todas las actividades culturales libertarias, la teatral se supeditaba al objetivo revolucionario”. Y apunta que “Éste es el primer libro publicado en Argentina que aborda sistemáticamente la producción teatral ácrata”.
El versado antropólogo muestra en uno de los capítulos a un personaje -creado por el inmigrante alemán Kurt Welk- que defiende el falansterio con vehemencia y -aunque tal vez pueda cuestionarse la teatralidad de su discurso- con rigor intelectual. Y más adelante hace hincapié en un principio básico que orientó su investigación: “El anarquista rechaza el concepto de autoridad, dando absoluta prioridad al juicio individual”.
El tratamiento de la figura del titiritero Sansiez es subyugante, dado que el ensayista aprovecha para rescatar el arte de los títeres, tan dejado de lado en los espectáculos como en los estudios teatrales. Los monólogos del doctor Saturnino Sinomiento son ejemplos de lucidez ideológica en su afán de soñar con una sociedad igualitaria a la que no considera utópica. Sus alegatos se erigen en piezas de brillante oratoria política. Resulta emocionante que este abogado de ficción despertara tanta adhesión y entusiasmo que circuló una leyenda sobre su existencia real. Carlos Fos despliega el ideario anarquista con solvencia intelectual y aporta la franqueza de sus convicciones humanistas. Como ya lo señaló Verzero, la labor del autor no sólo deslumbra por su sabiduría en el empleo de los instrumentos de análisis, sino por su recurrencia a la oralidad, y realiza una proeza arqueológica rescatando los testimonios de personas que disfrutaron la experiencia del teatro ácrata. Así, es encomiable el rastreo que realiza de payadores que difundieron ideales de libertad (“Y no prometo jardines/ sino trinchera y tormento/ y una guerra a largo aliento/ para conseguir nuestros fines”), cuya lírica se encauzó más hacia el canto que al dúo entre dos rivales.
También es conmovedora la descripción de los patrones de enseñanza: “Los libertarios bregaban por una escuela que fuese propicia para el disfrute, en las que los gustos de los que la habitaban reinaran sobre programas previos y en las que el arte se manifestara como herramienta destacada en la formación individual en beneficio del colectivo”. Existe toda una corriente pedagógica de las escuelas o talleres racionalistas, dentro de la cual el teatro era una herramienta de propagación de ideas. Fos hace mención especial de los llamados maestros multiplicadores, que lucharon por una educación no convencional y ajena a los intereses de los grupos de poder.
Otro hallazgo lo constituyen los soliloquios del soldado Lococo. Sus prédicas contra el nacionalismo y las guerras que provoca son realmente reveladoras: “Pero la masa obrera, aún la más disciplinada, está a merced del patriotismo que se enarbola ante un conflicto bélico”/ “No hay enemigos en la clase obrera; las fronteras son líneas que surgieron hace siglos por el puño de hierro de un ladrón transformado en ´noble´”.
Estos parlamentos marcan en todo momento su rechazo al sindicalismo reformista. Afirma un personaje: “Su error es imaginarse que, por etapas sucesivas, de pequeños provechos en conquistas secundarias, está con fuerzas para hacer la economía de una revolución y que estas victorias totalizadas llevarán a la transformación social”.
Fos en varias páginas hace referencia a la estética ácrata: “El teatro burgués, determinado por la estructura económica, dependía del consumo. (...) El teatro libertario intentaba emanciparse de esta perversa lógica comercial para crear productos culturales determinados por el contenido social e ideológico”. En su concepción dramática primaba el aspecto propagandístico del arte como visión del mundo por sobre la belleza formal. Y entiende que pese a sus falencias (entre ellas la reiteración de sus planteos y expresiones), hay en estas obras –en su mayoría monólogos- una fuerza, un aliento de nobleza y dignidad provenientes de su sinceridad revolucionaria.
Como ocurrió en otras circunstancias históricas similares, los inmigrantes que lograron una sólida posición económica se alinearon con el poder dominante y condenaron enérgicamente a los inmigrantes pobres y a sus ideas políticas.
La valoración de Florencio Sánchez es muy controvertida dentro del movimiento libertario, pues muchos militantes –con un espíritu integrador- entienden que sus obras, a pesar de no enrolarse totalmente en la estética ácrata, son inconformistas y, por tanto, dignas de representarse. Otros anarquistas lo consideran un escritor a sueldo y de ideas reformistas. Carlos Fos alaba la calidad de su producción, como también su conducta ética, que denunció los abusos y las persecuciones que padecían los sectores humildes.
Como hecho que se podría tildar de exótico, el 1 de mayo de 1920 se representó una versión de El Quijote en la cual se transformaba no sólo en un héroe libertario sino, además, femenino: “Algunos miran a esta mujer guerrera con desconfianza, pensando que perdió su cordura en su camino; claro soy doblemente peligrosa como luchadora del Ideal y como mujer”.
Respecto a los conceptos pedagógicos que planteó Perón en sus alocuciones, Fos opina que “Ya nada queda de una educación horizontal o del proceso revolucionario que la misma crea”.
Cita a dos libertarios que procedían de México, Arnaldo Juster y Justo Müller, como participantes del épico Cordobazo.
Hacia el final del libro afirma: “Considerar al teatro libertario como sustrato del teatro comunitario moderno es una concepción audaz pero con sólido fundamento teórico (...) puentes que reúnen al inmigrante acólito de ayer con el murguero de hoy”.
En las tablas libertarias es un libro de insoslayable lectura tanto para los amantes del teatro como para los que creen firmemente en la posibilidad de alcanzar un mundo más justo.
Germán Cáceres
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