de Michael Koryta
(Mondadori, Roja Es Negra, Buenos Aires, 2010, 352 páginas)
Es una novela policial clásica en el mejor estilo de Chandler y de Hammett, aunque también hay bastante del Lew Archer de Ross Macdonald. El género tiene una estética iterativa y, precisamente, en ese transitar lo previsible, surge su fruición incanjeable. La trama se va expandiendo en numerosas situaciones mientras incorpora personajes. Un detective afirma “me gustaba cómo se veía todo esto en las películas. Ya sabéis, Bogart haciendo de Sam Spade o Philip Marlowe (...) Me atraía eso de enfrentarte a lo imprevisto, la idea de que un misterioso cliente pudiese entrar en tu oficina en cualquier momento y hacer que de repente te vieras metido en algo...”
Tanto el protagonista -el detective privado Lincoln Perry- como su socio Joe Pritchard, razonan con lógica rigurosa el caso que deben resolver: el suicidio de otro investigador que tal vez haya asesinado a su esposa y a su hijita, cuyos cuerpos no aparecen.
Otra vez se muestra a la mafia, como en otros thrillers actuales (Dinero fácil, de Jens Lapidus), pero esta vez es la rusa (“Nosotros, los italianos, te mataremos (...), pero los rusos están locos, matarán a toda tu familia”), inmersa con absoluta naturalidad en el mundo de los negocios.
Ciertos prestigiosos empresarios cuentan con agentes de la policía y del FBI que responden a sus órdenes. “Desde la caída de la Unión Soviética, las mafias rusas se habían convertido en una fuerza mucho más poderosa que el crimen organizado americano.” En general sus integrantes son ex miembros de la Spetznatz, equivalente soviética de las fuerzas especiales de los Estados Unidos.
Como ya hacía Stieg Larsson en su trilogía “Millennium”, el autor describe un mundo moderno inundado por sistemas de vigilancia, pero en esta novela se mencionan aparatos mucho más sofisticados que los presentados por el citado escritor sueco.
Pese a ser su primera novela, Koryta la ha escrito con notable profesionalismo. Su estilo es brillante, fluido, colmado de descripciones precisas y comentarios enriquecedores: “No hay nada como pasar un buen rato en el reservado del campo, fumando puros y hablando de golf todo el día mientras el resto de la gente trabaja para ganarse la vida”. Las escenas de acción están magistralmente resueltas y en los diálogos abunda el humor y la ironía. Los personajes cobran relieve, sobre todo Lincoln Perry, que por momentos se vuelve introspectivo.
El autor exhibe gran talento para urdir una historia tan compleja y repleta de bifurcaciones que logra atar todos los cabos sueltos y no deja intersticio sin llenar. Es un thriller en estado puro, en el cual para captar la atención irrenunciable del lector, el final de cada capítulo sorprende con un nuevo suceso.
La traducción de Sergio Lledó es excelente, pero como la realizó para la casa central de Barcelona, abundan los modismos locales.
El prólogo de Rodrigo Fresán “BIENVENIDO, MR. PERRY, o lugares comunes y asuntos personales”, posee una lucidez sorprendente. Entre otros conceptos afirma que “en contadas pero en perfectas ocasiones, la originalidad y lo novedoso pasan por saber volver a las fuentes y –bebiendo de ellas, una ronda de gimlets para todos- honrarlas como se debe”.
El lector argentino después de disfrutar Esta noche digo adiós (Premio St. Martin Press/Private Eye Writes of America) se sentirá ansioso por ver publicadas en el país las novelas El lamento de las sirenas, Una tumba acogedora y La hora del silencio -ya traducidas, según Fresán- y , además, la versión española de Envy the Night.
Germán Cáceres
CONVERSATION