de Petros Márkaris
(Tusquets Editores, Buenos Aires, 2009, 250 páginas)
La investigación de unos asesinatos cometidos por una anciana griega que viaja a Estambul es sólo una excusa para recorrer la pintoresca ciudad e introducirnos en la moderna historia de Turquía. El nombre de su prócer Kemal Atatürk aparece continuamente en la novela porque así se llama una avenida importante de la ciudad.
Esos asesinatos son sencillos, están lejos de los thrillers en los que se cometen crímenes atroces u organizaciones internaciones se dedican al tráfico de armas y de drogas o a multimillonarias estafas financieras. Aquí sólo se busca una venganza doméstica —para lo cual el texto se sumerge en un laberinto de relaciones familiares— envenenando a las víctimas con ricas empanadas de queso rociadas con pesticida.
El libro brinda abundante información sobre Estambul, con coloridas y ricas descripciones de los lugares turísticos (mezquitas, palacios, callejuelas, iglesias y el deslumbrante Bósforo), y sobre los vaivenes que sufrió la comunidad griega, que emigró a su país por motivos políticos en los éxodos de 1922, 1955 y 1964. El mismo Márkaris nació en 1937 en esa urbe mítica (llamada Constantinopla hasta 1923, año en que se fundó la República de Turquía) y evoca su fascinación: “Instantes antes de mi partida, descubro que parte de la belleza de la ciudad procede de su pulso, de esa fiebre que sube cada mañana y desciende a última hora de la noche”.
Como siempre la trama es narrada por la primera persona del comisario Kostas Jaritos, que ironiza sobre el comportamiento de la gente y de Adriani, su mujer. Al parecer la sociedad griega es tradicionalista y prejuiciosa en materia de divorcio como también del casamiento civil que no pase por la iglesia. Uno de los puntos más cómicos reside en la actitud del anticuado matrimonio frente a su hija Katerina, una chica muy moderna, y que lleva al policía a entablar acaloradas discusiones con ella y con su misma esposa (“—Papá, ¿te parece bien conspirar contra mamá y confabularnos a sus espaldas? / —No, no me parece nada bien; es más, me da vergüenza. Pero la única manera de ganar a tu madre es jugando con dos barajas”.)
La traducción de Ersi Marina Samará Spiliotopulu es sobresaliente.
Germán Cáceres
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