de Philippe Claudel
(Salamandra, Barcelona, 2009, 288 páginas)
Esta novela (Le rapport de Brodeck) fue editada en Francia en 2007 y obtuvo ese mismo año el premio Goncourt des Lycéens. Su autor, Philippe Claudel (Nancy, 1962), está considerado como uno de los más prestigiosos escritores europeos de la actualidad, posee varios libros en su haber y es guionista de cine y televisión. En la Argentina se lo conoce por ser el director del excelente filme Hace mucho que te quiero (2008).
Claudel es dueño de una prosa cálida, que fluye con naturalidad y dispara imágenes cegadoras: su lectura produce un placer incanjeable. La narración, en clave kafkiana, es sinuosa y voluntariamente imprecisa, y se va desarrollando con descripciones aisladas, a manera de iluminaciones, como si fueran fragmentos u hojas sueltas de un texto perdido. Y aborda la intimidad de la insondable condición humana, que parece estar más cerca de las tinieblas que de la luz. En este logro tiene particular importancia la traducción de José Antonio Soriano Marco, que cuida todos los detalles y emplea una correctísima y bella adjetivación, no dudando en recurrir a un amplio y rico vocabulario.
La historia se desarrolla en un pueblo de ubicación indeterminada, a poco de finalizar una terrible guerra que no se dice cuál es, tampoco se habla de campos de concentración sino de campos, son perseguidos los extranjeros e impuros, y sólo se alude a los Fratergekeime (así se autoproclamaban los nazis para diferenciarse de los judíos).
Brodeck, el protagonista que narra en primera persona, regresa a su hogar después de ser tratado como un perro en un campo (llevaba collar, debía caminar en cuatro patas, dormir en el suelo y comer con la boca), al que había sido conducido por una denuncia de sus vecinos. Reanuda su destrozada vida junto a su familia, pero imprevistamente llega un extranjero sin nombre —al que llaman el Anderer, el Otro en alemán—, que despierta suspicacia y temor en la población por su comportamiento extravagante. Hasta que este personaje hace una exposición con dibujos en tinta que retratan a algunos de los miembros de la comunidad, en cuyos trazos se puede observar la faz siniestra que ocultan: “dejaba traslucir cobardía, contemporización, apatía, indignidad (…) violencia, acciones sangrientas, gestos irreparables (…) emanaba ruindad, estupidez, envidia, rabia”. E irrumpe en sus conciencias la culpa reprimida e ignorada, así como el temor a lo desconocido (“Los hombres son extraños. Cometen las peores acciones sin formularse demasiadas preguntas, pero luego no pueden vivir con el recuerdo de lo hecho”). Claro, habían colaborado y pactado buenos negocios con los invasores sin importarles las víctimas aunque pertenecieran a su propio grupo. La tosca y salvaje conducta de estos habitantes bordea la más baja animalidad.
Cuesta encontrar esperanza en esta fábula del espanto y la crueldad (“si las criaturas han podido engendrar el horror es únicamente porque el Creador les ha soplado la receta”), en la cual el miedo puede impulsar al hombre a cometer las más feroces aberraciones (“Hay cosas que no huelen a nada, pero corrompen los sentidos, el corazón y el alma con mucha más facilidad que los excrementos”). Sin embargo, Brodeck ama a sus seres queridos y anhela salvarse junto con ellos.
El informe de Brodeck figura entre las grandes novelas de este siglo XXI: no debe dejar de leerse.
Germán Cáceres
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