de Jorge Boccanera
(Ediciones Continente, Buenos Aires, 2009, 80 páginas)
Parafraseando a Horacio Salas, que en la presentación del libro, al decir del mismo Boccanera, deslumbró con sus conocimientos de botánica, diremos que de acuerdo a una página de internet (http://www.cubaeuropa.com/), la palma real “es reconocida por los cubanos como la reina de los campos, por la majestuosidad de su estructura, por su peculiar talla (…) que alcanza generalmente entre cuarenta y cincuenta pies de altura, coronado por un bellísimo penacho de hojas”. Este poemario obtuvo el VIII Premio Casa de América de Poesía Americana, pero Boccanera (Bahía Blanca, 1952) nos tiene acostumbrado a estos premios, como fue el de Casa de las Américas de Cuba por Contraseña, y después el Premio Nacional de Poesía Joven de México. Aclaramos que no sólo es un gran poeta, sino que publicó crónicas, ensayos y dirige la revista cultural nómada. Entre su producción figura, además de sus textos de poesías (Los espantapájaros suicidas, Noticias de una mujer cualquiera, Poemas del tamaño de una naranja, Música de fagot y piernas de Victoria, Los ojos del pájaro quemado, Polvo para morder, Sordomuda y Bestias en un hotel de paso), su CD Jadeo del viaje, editado en México, 2007.
Según respondió el autor a una entrevista a Página/12 “Encontré un espacio para meter mis obsesiones, las de siempre: el tema del amor, de la muerte, de la dictadura militar (…) El protagonista del libro es una selva que, en vez de crecer, imagina”. El libro fue escrito en Costa Rica, en donde residió desde 1989 hasta 1997.
Palma Real desborda sensualidad y vértigo. Es un canto a los misterios y a la desmesura de la selva inagotable (“Hay un ángel expulsado del cielo: es el bosque”), en el que puede rastrearse un hálito panteísta además de lujuria y excesos (“La selva es lo inminente, eso que está por /desencadenarse”). Sus imágenes despliegan una belleza inusual, donde la palabra emerge como una diosa voraz y enloquecida, que roza lo onírico y surreal.
La voz de Boccanera es profunda, de rotundo vigor y encuentra en el fondo de esa selva al mismo hombre en su soledad y desamparo. Está también omnipresente el tiempo —eterno para el universo y finito para el ser humano—, y la musicalidad de la lluvia, entrevista como una manifestación de dioses ocultos (“Por la puerta más grande entra la lluvia/y te besa la frente,/ y le da la palabra a cada cosa”). Por momentos se tiene la impresión de que Boccanera buscara una unión con la naturaleza, un anhelo de ser árbol, silencio, murmullo del follaje, y capturar lo inasible (“Dame/ lo fugitivo para siempre”).
Pero más allá de la perfección de sus versos, se percibe junto a un hondo humanismo (“Tengo un amigo, /No hay número posible/para esa suma”), imágenes restallantes que parecen querer convertir las palabras en constelaciones de estrellas (“Bosque de catedrales en los ojos/el mar mastica truenos a mi lado”), y, por supuesto, no podía estar ausente el amor: “Nos dibujan los besos, su misterio, ese secreto/ a lenguas, esa sed, jaula abierta”.
Y la Argentina no podía estar afuera de su problemática (“Hay un bosque quemado en el centro de mi juventud. /Son treinta mil esos sueños talados”), así como el compromiso: “El sosiego de una mariposa/nocturna escribe un poema político”.
Como afirmó Juan Gelman sobre este exultante libro en la citada presentación: “Quien no lo lea, contrae consigo mismo una deuda enorme, aunque no lo sepa”.
Germán Cáceres
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