de Mario Levrero
(Mondadori, Buenos Aires, 2009, 160 páginas)
Primero hay que aclarar que Nick Carter es un detective creado en 1886 por John Coryell, y que aún hoy perdura. Empezó como un folletín que se publicó en pulps y en dime novels, para luego pasar al cine, a las historietas y a la televisión. En estos ciento veinte y tres años de vigencia contó con muchos autores, pero el más prolífico fue Frederick Marmaduke Van Rensselaer Dey (1862-1922), al que se deben la friolera de unos mil episodios. El héroe era extremadamente respetuoso con las mujeres y no fumaba ni bebía.
La presente versión de este personaje muestra todo lo contrario. Mario Levrero (Montevideo, 1940-2004) —un escritor de culto y asiduo lector de folletines y novelas populares—, figura entre los más brillantes miembros de esa galería de autores uruguayos a quienes el crítico Ángel Rama llamó “los raros”, porque su poética resulta inclasificable y no ha dejado escuela (el más conocido de ellos es Felisberto Hernández). Contemporáneamente tiene un compañero de ruta, el Juan José Millás de Los objetos nos llaman, que se declaró admirador del universo del creador de Las hortensias.
La nouvelle se inicia con el detective sentado en un sillón y escuchando con atención a su cliente, Lord Ponsonby, mientras observa en un enorme espejo a su propia imagen que se desplaza en forma libidinosa y devora a una precoz lolita de once años. Y hay más disparates: así, resuelve casos difíciles interpretando las pesadillas que sufre Tinker, su ayudante —al que tiene guardado en un bolso—, y utiliza un vocabulario freudiano que alude al superyó, a la libido y a la primera infancia; en tanto mira por TV Las aventuras de Nick Carter, manosea una muñeca inflable para luego vestirla elegantemente y bailar con ella un vals de Strauss en la versión de Eugène Ormandi; su secretaria es una ninfómana que no le da tregua, y de la que guarda los fetos en frascos de su museo personal; describe monstruos marinos que parecen caricaturas de los invocados por Lovecraft, y siguen las extravagancias.
Levrero propone una estética experimental y de vanguardia que, más allá de rendirle homenaje (y a su vez parodiar) la novela policial, intenta romper los mismos límites de la literatura al escribir en primera y tercera persona y dirigirse al lector y al mismo Nick Carter. Se observa en su estructura giros surreales, un gusto por el absurdo, el mundo onírico y el erotismo desbordado, que lleva a pensar que por momentos se están narrando los sueños del detective en una clave que evoca los filmes de Richard Lester. Por supuesto que en el texto anidan múltiples lecturas más allá de la risa desopilante que provoca: en un tramo dice “Y tú, lector, que te apiadas del vacío de Nick Carter, ¿qué me puedes decir de ti mismo? De tu enigma, de tu identidad. ¿No te has dado cuenta de que también a ti te han asesinado? A ti también te han clavado un cuchillo en la espalda el día mismo en que naciste. Pero en tu ceguera le llamas vida a tu vida, a eso que arrastras, como tantos lectores, infectando el mundo”.
La prosa de Levrero es sencilla, de frases cortas y estilo directo. Pero su perfección revela que ha sido trabajada obsesivamente. Por suerte, la obra de este notable escritor está llamando la atención editorial y de la crítica especializada.
Germán Cáceres
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