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Carlos Sánchez Viamonte: Ciudadano de la República

Carlos Sánchez Viamonte (La Plata, 1892- id., 1972) Jurista argentino. Fue Diputado Nacional (1940-1943), profesor en las universidades de La Plata y de Buenos Aires (1958) y miembro fundador de la Unión Latinoamericana.

Escribió numerosas obras, entre las que cabe citar Tratado sobre el «habeas corpus» (1927), Manual de derecho político (1960) y Teoría del Estado (1968).

El siguiente texto, escrito por Víctor García Costa, fue publicado originalmente en la revista "Todo es Historia" y en un boletín impreso por nuestro Centro, que puede solicitarse de manera gratuita en los actos que realizamos.

Es común decir que no hay grandes hombres para sus ayudas de cámara. Comencé a tratar a Carlos Sánchez Viamonte en los años cincuenta, me convertí en su secretario durante más de 10 años, y lo traté hasta su muerte. Fue un gran ejemplo moral al que no le conocí miedos, bajezas o claudicaciones, al que jamás le oí mentir ni lo vi transigir. Seguramente por eso no tuvo bienes materiales ni acumulo riquezas.
Jamás defendió a un patrón contra un obrero, y tampoco cobro nunca honorarios a los trabajadores. Vivió modestamente, con gran dignidad, y brindó generoso lo único que poseía: su extraordinaria cultura y su pasión argentina. Su lema era "Hay que devolver a la sociedad lo que se ha recibido de ella sin merecerlo". Toda su vida fue una armonía entre su palabra y su conducta.

Había nacido en La Plata el 16 de junio de 1892. Era bisnieto del coronel Modesto Antonio Sánchez, asistente al Cabildo Abierto del 22 de Mayo de 1810, héroe de la Independencia y medalla de oro en las batallas de Salta y Maipú y en el sitio de Montevideo. Descendía de los Viamonte, condes de Lerín, entre ellos del general Juan José Viamonte, héroe de la Reconquista de Buenos Aires, también presente en el Cabildo Abierto del 22, y una de las cabezas de la Revolución de Mayo, gobernador de Entre Ríos y dos veces gobernador de Buenos Aires.

Era hijo de Julio Sánchez Viamonte, nieto de ambos próceres, abogado recibido con una tesis revolucionaria sobre el matrimonio, profesor universitario, constituyente provincial y nacional, y diputado nacional, consecuente defensor de las autonomías provinciales y municipales. Carlos Sánchez Viamonte, abogado, doctor en jurisprudencia, consejero y profesor universitario en las Facultades de Derecho y de Ciencias Jurídicas y Sociales de las Universidades de Buenos Aires y La Plata, maestro del Derecho Constitucional y publicista de nota, fue uno de los líderes de la Reforma Universitaria de 1918.

Hablando a los estudiantes en la Reforma del '18

Su origen patricio y sus antepasados, ligados íntimamente al nacimiento de la Nación, no fueron obstáculo para que, buscando un camino para hacer realidad los altos postulados de la Reforma, en 1931 se afiliara al Partido Socialista junto con Alejandro Korn y Julio V. González.

Gran orador, fue diputado provincial, diputado constituyente en la provincia de Buenos Aires, diputado nacional, candidato a gobernador de Buenos Aires, a vicepresidente de la República -acompañando a Alfredo L. Palacios- y a senador por la Capital Federal, y fue embajador ante la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. A pesar de tanta prosapia, sólo aspiraba a un epitafio que dijera: "Aquí yace un ciudadano de la República".

Desde que se recibió de abogado, en 1914, diplomado con las firmas de Joaquín V. González y José Nicolás Matienzo, se erigió en albacea de la libertad, de la libertad civil y política. Risueño, solía contar que, debido a sus primeras juveniles acciones de amparo a la libertad amenazada o conculcada, las jóvenes platenses lo saludaban diciéndole: "Adiós, habeas corpus". En defensa de esa libertad corrió todos los riesgos imaginables en el marco con que el autoritarismo signó largos años de vida política argentina. Sufrió la cárcel, el exilio, la conspiración del silencio y la persecución ideológica.

A partir de su libro Derecho político por el que el eminente catedrático español Adolfo Posada puso el nombre de Carlos Sánchez Viamonte junto a la obra de Harold Laski, construyo en paciente elaboración doctrinal el fundamento jurídico-moral del socialismo, ideología de la que jamás claudico. Valiente hasta la temeridad, después de un incidente caballeresco en setiembre de 1915 con Mariano Demaría (h), en agosto de 1923 se batió a sable durante siete asaltos con Wenceslao Urdapilleta, en defensa del honor de su anciano padre. En los años 1929 y 1930 defendió con eficacia al honesto y digno juez del Crimen Julio M. Facio, injustamente acusado como parte de una maniobra política que, con la complicidad de funcionarios policiales de la Capital, tendía a impedir el descubrimiento de la verdad en el resonante asesinato del concejal Carlos A. Ray.

En 1931, al producirse los fusilamientos de Severino di Giovanni y Paulino Scarfó, denunció por homicida al general José Félix Uriburu, por lo que fue exonerado de sus cátedras mediante un decreto firmado por el propio general Uriburu y su ministro Guillermo Rothe, y debió exiliarse en Montevideo. En 1937, con todo el riesgo que ello conllevaba ante el matonismo imperante, denunció al gobernador Manuel Fresco por haber permitido el voto "a la vista". En 1938 asumió la defensa de Pascual Vuotto, uno de los anarquistas "presos de Bragado", pero no se limitó a la defensa jurídica de Vuotto sino que denunció la falsedad de la imputación y reclamo por la libertad de los presos, para lo cual levantó tribunas en calles y plazas, incluida la de Bragado, en la que corrió riesgo de muerte.

En la década de los cincuenta defendió al sacerdote Dunphy, perseguido por la propia iglesia. Después del golpe militar de Onganía, al asumir la defensa de cientos de presos políticos y gremiales, acusó de "infames traidores a la Patria" a todos los miembros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Ante las comunes ausencias de pronunciamiento solía decir que la Corte era "el organismo más competente para declararse incompetente".

Era inmanejable. Bastaba que se le sugiriera que no hablara de tal tema para que dijera "Me han pedido que no hable de tal cosa..." y se despachaba a su gusto. También era inclaudicable en sus posiciones ideológicas y jurídicas. En 1957, la mayoría ghioldista en el Congreso partidario impuso en el programa para la reforma constitucional de ese año que el estado de sitio suspendía la acción de habeas corpus. Por ser ello contrario a lo que él había sostenido en el libro y en la cátedra, renunció a integrar la lista de convencionales que, seguramente, habría encabezado. Solía decir que siempre andaba "con una renuncia en el bolsillo".

En 1918 se le ofreció el cargo de juez del Crimen, pero rechazo la propuesta diciendo: "Para ser juez hay que ser un sabio o un irresponsable. Y yo no soy ninguna de las dos cosas". También rechazó los ofrecimientos para ser miembro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que le hicieron el general Pedro Eugenio Aramburu, en 1955, y el doctor Arturo Frondizi, en 1958. En el primer caso, preguntado por su fraterno amigo y compañero, Alfredo L. Palacios, por qué no aceptaba, le contestó: "Porque esos son cargos para personas serias...", "¿Y qué es una persona seria?" "Personas serias son las que hacen con seriedad cosas que no son serias..."

Cuando la CGT peronista lo invitó para consultarlo sobre la actitud que, a su juicio, debía adoptar el movimiento obrero ante la represión del gobierno de Onganía, presentes José Alonso, Paulino Niembro y Augusto Vandor, entre otros, les dijo que él observaba que a la CGT le ocurría lo que a aquel personaje del novelista y poeta Rudyard Kipling que, perdido en la selva, corría buscando una salida y, temiendo ser atacado, a cada rato miraba hacia atrás. Y remató el relato: "Era el miedo que pasaba por la selva". Recuerdo que Niembro, que habría de tener un comportamiento valiente durante la última dictadura militar, nos acompañó hasta la puerta de calle y, al darle la mano, le dijo: "Tiene razón, doctor; es el miedo que pasa por la selva".

1955 en Montevideo, junto a José Luis Romero y Alfredo Palacios

No le conocí anillos ni alhajas de ninguna naturaleza. Sólo usaba un reloj de acero. Cuando se puso en venta el departamento que alquilaba en Florida 910 3º B -en el cual murió-, lo que implicaba su desalojo, el comprador del mismo, generosamente, se lo cedió en usufructo vitalicio. Durante el peronismo, preso varias veces, allanada y saqueada su casa por la policía, privado de sus cátedras y sin editor para sus libros, pasó privaciones inimaginables.

Pudo recurrir a las piezas de valor pertenecientes a sus antepasados patricios, como documentos, medallas, alguna porcelana que había pertenecido al general Viamonte y venderla, pero no sólo no lo hizo sino que donó todo ello al Archivo General de la Nación y al Museo Histórico Nacional. Algunos años antes de morir, donó su formidable biblioteca y los pocos muebles de su departamento, a la Universidad Nacional de La Plata. Aprovechando un viaje a Europa, la Universidad de La Plata lo comisionó para la adquisición de varios calcos. Cuando los entregó lo hizo devolviendo el 10% que las casas vendedoras le habían entregado como "normal" comisión al comprador. Si en alguna reunión alguien, le preguntaba por las tierras que, por sus antepasados, suponía debía tener en alguna zona rica de la provincia de Buenos Aires, después de seguirle la corriente, las identificaba en "las dos macetas que hay en el patio de mi departamento". Gozaba con su falta de bienes materiales y hacia bromas sobre ella. Sufría de una antigua litiasis renal que una vez por año le daba algunos dolores de cabeza. En una fiesta le presentaron a una dama empresaria, dueña de unas canteras. Ni lerdo ni perezoso, afirmó que él también tenia una cantera. Preguntado por el lugar y el tipo de producción, dijo muy suelto de cuerpo: "en los riñones, y produce oxalato de calcio".

Dueño de una cultura exquisita, se convertía en el centro inexcusable de las reuniones a las que asistía y a las que, en medio de múltiples relatos históricos, matizaba con sus bromas y sus famosos "Era un sacerdote tan, pero tan friolento, que se acostaba con sotana... con fulana y con mengana".

Señor, gran señor, alto, atlético, fino, elegante y pintón, eran famosas sus corbatas de antología, como alguna vez recordó el poeta platense Gustavo García Saraví. También sus aguas de colonia, criticadas por un viejo italiano, afiliado socialista "Sanche Viamonde e un aristócrata", a lo que éste contestaba: "No entra en mi cabeza que para ser socialista haya que ser un roñoso". Era, como Palacios, un amador infernal y al igual que este, sufría el acoso femenino.

Pero, como decía Palacios: "Con Carloncho nunca vamos a tener problemas. Él andará con las abuelas y yo andaré con las nietas".

Podía vérselo almorzando solo en un modesto bolichito de la calle Maipú entre Córdoba y Paraguay, donde le servían uno de sus platos favoritos: arroz a la cubana. En verano, cuando salía del boliche, compraba un helado cucurucho, y lo iba saboreando mientras caminaba hacia su casa, en tanto respondía a los sonrientes saludos de los tiesos personajes con que se cruzaba, mientras mascullaba: "Que me degüellen si se de quien se trata". A las más importantes personalidades que lo visitaban las invitaba a comer en su casa... donde no había comedor.

Desocupaba una pequeña mesita de trabajo y allí ofrecía algún plato de pescado que acompañaba con alguna ensalada de apio a la Waldorf, que él mismo preparaba y que solía picar como el diablo. Después de comer, se sentaba en una mecedora que estaba junto a la ventana y fumaba un puro, de los que alguna de sus "damas amigas" solían obsequiarlo. Era indoblegable. Cuando por interpósita persona, hallándose preso y enfermo en la Penitenciaria Nacional, Ángel G. Borlenghi le hizo saber que si aceptaba visitar a Perón obtendría su libertad, le contestó: "Dígale a Borlenghi que viviré lo suficiente para salir de aquí y cruzarle la cara con un látigo".

En 1951, desde donde se hallaba oculto, interpuso acción de habeas corpus ante un conocido juez, quien estaba casado con una sobrina suya. Obsecuente al régimen, el juez rechazó la acción. Caído el peronismo y separado de su cargo, victima de la misma persecución que él había apañado, el ex juez lo visitó en su departamento de la calle Florida para pedirle protección. Sánchez Viamonte lo atendió con la cordialidad con que solía hacerlo, escribió una esquela que le entregó, y cuando el ex juez se había retirado, sin un reproche, sólo dijo: "Pobre fulano... me ha producido una gran pena".

Aunque había tenido varios episodios cardiovasculares graves, vivía solo. La noche del 3 de julio de 1972 retornaba de una reunión, y se encontró con que el ascensor no funcionaba. Subió los tres pisos por la escalera, abrió la puerta y cayó sin poder llegar hasta el teléfono.

Así murió, dejándonos el ejemplo de su irreprochable conducta y llevándose un dolor profundo: que no le hubieran dejado conocer a sus nietos, sus únicos nietos, como escribió en el epígrafe con el que les dedicó su último libro.

Víctor García Costa
Artículo publicado en la revista "Todo es Historia" Nº 358, mayo de 1997, edición especial 30º Aniversario, cedido especialmente por el autor para el Centro Cultural y Biblioteca Popular Carlos Sánchez Viamonte.


El puente
En octubre de 2014 se impuso el nombre de "Carlos Sánchez Viamonte" al puente peatonal sobre la Av. Figueroa Alcorta, que conecta con la Facultd de Derecho. Se trató de un proyecto de la Biblioteca presentado ante la Legislatura porteña por el diputado socialista Raúl Puy, socio honorario de nuestra casa).


Hombre de la Reforma Universitaria
En 2018 se cumplió un siglo de la Reforma Universitaria, por lo que compartimos este capítulo del libro Hombres de la Reforma Universitaria escrito por Horacio J. Sanguinetti, y disponible en nuestro catálogo.















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